viernes, 28 de agosto de 2015

Hablame / Inspira el aire



Creo que tenía unos 13 o 14 años cuando sucedió lo que voy a contar a continuación, es decir, de esto hace más de 25 años, por lo que espero disculpéis de antemano las lagunas. Estaba solo en casa, mi hermano ya vivía en Granada haciendo sus estudios de físicas y mis padres se habían ausentado, probablemente para ir a misa porque creo que era domingo, y yo, tras la clásica discusión con mi padre por mi negativa a acompañarles, me quedé en casa escuchando Radio 3. 

Escuchaba un programa del cual no recuerdo el nombre, su contenido se centraba en palabras contenidas en títulos de canciones. El locutor elegía una palabra, por ejemplo “Recuerdo”, y pinchaba algunas canciones cuyo título contuviera esa palabra: “Recuerdos de una noche” de Triana, “Entre mis recuerdos” de Luz Casal, etc.  A continuación se  abrían los micrófonos al público, entraban llamadas en directo donde los oyentes apuntaban canciones que contuvieran esa palabra y que el locutor no hubiera contemplado en su selección. 

Pues bien, aquella mañana la palabra elegida era “Respirar” o similares. Fui escuchando atentamente todas las canciones que iban poniendo que contenían esa palabra, una tras otra, y después la de los oyentes, y mi sorpresa cada vez era mayor porque a nadie se le había ocurrido poner “Breathe” de Pink Floyd, la primera canción del magistral The Dark Side Of The Moon. Miré al teléfono fijo, ese modelo Teide blanco viejuno que teníamos entonces en casa, tenía el número del programa, quería llamar, DEBÍA llamar, pero estaba cagado de miedo, me daba una vergüenza que me iba a morir. 

Hice de tripas corazón y llamé, el teléfono en una oreja y un auricular del equipo de música en la otra. Cuando me escuché a mí mismo en la radio me entró una especie de sudor frío, me moría de miedo a hacer el ridículo con un tesoro tan valioso entre las manos como esa canción de Pink Floyd frente a las mierdacas que estaban poniendo. En cuanto escucharon mi tono de voz el locutor me dijo “ay, ¿cuántos años tienes bonico?” y le dije los que tenía, no recuerdo, pero creo que aún estaba en EGB, se notaba claramente que era un niño. Cuando me preguntó por la canción le dije que si importaba que fuera en inglés, y me dijo que no importaba, y le dije “Breathe, de Pink Floyd”, a lo que el locutor hizo un sonido de aprobación diciendo “¡claro!, está el programa a punto de acabar y nadie había hablado de ella, me alegro que hayas sido tú, pero no se llama “Breathe”, se llama “Speak to me/Breathe (in the air)” ¿te lo ha dicho tu mamá o tu papá?” y yo respondí “¿CÓMO?, estoy solo en casa y he sido yo solito el que la he seleccionado, escucho tu programa todas las semanas”. Se oyeron risas de fondo y me sentó realmente mal, no solo porque no me creyeron sino porque no había dicho el título de la canción correctamente, y odio equivocarme. A continuación y para quitar hierro al asunto me preguntaron que qué tiempo hacía por mi pueblo, les respondí que llovía a mares (mientras veía el sol lucir esplendoroso a través de la ventana del salón de mi casa) y colgué. Seguí escuchando por los auriculares los comentarios jocosos sobre ese crío al que alguien presuntamente había chivado esa canción de Pink Floyd. 

Y pusieron la canción, esa canción, ese disco y ese grupo que me ha acompañado toda mi vida. Llevaba bastante tiempo sin oírla y lo estaba deseando. No tenía el vinilo (no tenía pasta), tenía una cinta grabada que mi hermano se había llevado a Granada sin hacerme una copia, porque no teníamos cassette de doble pletina. El CD era entonces objeto de lujo y yo no tenía ni uno solo, ni reproductor de CDs tampoco. Cuando empezó a sonar la primera parte del “Speak to me”, con los latido del corazón, la respiración, los gritos, el dinero, el tiempo sentí lo que llevo sintiendo desde siempre que me enfrento a esa canción: placer en flotación.

Nací justo entre el “The Dark Side of the Moon” y el “Wish You Were Here”, éste último lo compró mi padre cuando yo tenía un añito, un añito horroroso para mis ellos, pues era el típico niño porculero que no dormía ni un solo minuto por las noches. Chupetes mojados en miel, azúcar y leche condensada de forma alternada, cuerdas atadas al pomo de la puerta para facilitar la oscilación de la cuna, muñequitos de diversos tipos… mis padres ya no sabían que hacer para que dejara de llorar, porque los diversos pediatras que me veían decían que no tenía aparentemente nada malo, que sencillamente era así de insomne y de coñazo. Hasta que un día a mi padre se le ocurrió pinchar “Shine on you crazy diamond” mientras intentaba dormirme en brazos.  Según él en cuanto empezó a escucharse ese progresivo surgir de la música desde el silencio, esa guitarra, mi cuerpo empezó a relajarse, a destensarse, y me quedé dormido. Me puso en la cuna, la acercó a los altavoces y ahí fue donde me tragué por primera vez el Wish you were here enterito, en silencio, en paz. Ese fue el inicio de mi relación vital con Pink Floyd.

Pocos años después del evento del programa de radio que acabo de contar, tendría unos 15 años, dos chicas “luchaban” por salir conmigo. Ambas querían impresionarme haciéndome el mejor regalo que jamás me podría hacer nadie. La primera era (y es) pianista y sabía que adoraba a Mozart, especialmente la sonata 11 K.331. Durante un mes estuvo ensayando en secreto para tocarla para mí, desnuda. Con la distancia de los años me parece casi obsceno recrearme en la imagen de aquella niña con cuerpo de mujer plena, sentada frente a su piano tocando para mí los más de 20 minutos de esa bellísima sonata. Aquel regalo me sublimó, me encantó, me invadió la misma sensación de siempre, la de porqué se molesta alguien en hacer algo así  para mí que no soy nada.

Sin embargo fue la segunda chica la que dio en el clavo con un regalo aparentemente menos espectacular: mi primer CD, el The Dark Side of the Moon, en contubernio con mi padre que acababa de comprar un reproductor para nuestro equipo de música. Recuerdo perfectamente aquel día en el que mientras mis padres veían en sus correspondientes sofás el telediario yo me senté en el suelo, detrás de ellos, enchufé los auriculares y escuché por primera vez con nitidez extrema el sonido de un CD, y no cualquier CD, sino aquella joya por la que suspiraba, por la que pasaba horas sentado en el suelo diseccionando la carátula mientras mis padres hacían su vida ajenos a mi sereno placer acústico. Aquella chica, la que me regaló el CD, fue mi primera novia seria con la que estuve muchos años hasta que la curvatura del tiempo y la madurez nos lanzó por caminos distintos de la vida.

Moraleja: Si alguno de vosotros conocéis el nombre de aquel programa de radio o de aquel locutor por favor decidle que la canción la elegí YO SOLITO.











1 comentario:

  1. No se que programa seria, pero siendo de la misma quinta, año arriba o año abajo que tu, tengo muchos recuerdos de escuchar radio 3 y pink Floyd por aquella época. Lo que si recuerdo es cuando escuche por primera vez a los planetas en el programa de Julio Ruiz y como años más tarde cuando ya adoraba super 8, una tarde mientras retozaba desnudo en el sofá del piso/picadero de mi tía la de Miami con mi primera novia , escuché a los planetas tocando una versión de un tal Syd Barrett. Ese día mi vida cambió y no se porque te cuento esto, pero contado esta.

    ResponderEliminar