jueves, 20 de marzo de 2014

Rescatad a los mediocres



La RAE nos presenta la definición de deporte como una recreación, un pasatiempo, una diversión, una actividad física ejercida como juego o competición cuya práctica supone entrenamiento y sujeción a normas. Se presupone al deporte como una actividad noble, competitiva, hasta el punto de que el adjetivo “deportivo” es sinónimo de ajuste a las normas, de buenas formas y de corrección.

El sistema educativo español declara como fines de la educación, entre otros, la formación para la paz, la cooperación y la solidaridad entre los pueblos, para lo cual el deporte se erige como un buen instrumento al mismo nivel que la matemática, la lengua o el conocimiento del medio. Hace muchos siglos que Juvenal ya invitaba a practicar con devoción el deporte indagando los aspectos más ocultos de su famosa frase “Mens sana in corpore sano”.


Las casualidades de la vida han querido que hoy, 20 de marzo de 2014, víspera de la vuelta del encuentro de UEFA entre Sevilla y Betis (en la ida el Betis venció en el Sánchez Pizjuán 2 a 0 a los locales), me haya encontrado en la prensa con dos artículos muy relacionados. El primero, la noticia de una pelea  multitudinaria de hasta 40 personas anoche en el barrio de Sevilla Este protagonizada por seguidores del Sevilla y del Betis. Realmente me cuesta entender cómo  seres humanos pueden batirse únicamente por una rivalidad deportiva, precisamente por lo que comentaba antes, porque el adjetivo “deportivo” parece a priori muy alejado de cualquier tipo de violencia.


En segundo lugar me he encontrado un artículo (que reproduzco a continuación) escrito por Jose Félix Machuca y publicado en el diario ABC de Sevilla que tampoco me ha dejado indiferente. Mientras he ido avanzando por este texto los ojos, más allá de girar alucinados han estado a punto de salírseme de las orbitas. Deshonra, estigma, lepra, robo, cetro y cabeza de Holofernes son los palabros que apuntalan el primer párrafo. A continuación se desgrana una diacrónica, surrealista, paranoica y estúpida relación de hechos bélicos de la Historia mezclada con horrísonos términos que realmente no entiendo muy bien qué tienen que ver con el deporte en general o con un encuentro de fútbol en particular: Las V y VI legiones de Roma, el Arrebato, el general Patton, el III Reich, II Guerra Mundial, estiércol,  amargura, soldados heridos, escorpiones, gargantas de lobos, el general Leónidas, Jerjes.


Las aficiones de Sevilla y Betis cuentan entre sus incondicionales con personas íntegras, inteligentes, amantes del fútbol y del deporte que disfrutan con el calor de la victoria de su equipo y, por qué no, con la guasa simpática del adversario cuando en ocasiones toca perder, siempre con una deportiva sonrisa en la cara, porque no olvidan que el deporte, al fin y al cabo, es un juego. Sin embargo, existen otro tipo de personajes de más baja casta a los que poco falta para que se comporten como animales, si no lo son ya de facto. Estos personajillos usan el deporte, en este caso el fútbol, como canalización de su mediocridad desgañitándose en los estadios de fútbol y usando la violencia física o verbal fuera de ellos. 


Lo que incita a una mente débil es la mediocridad y la ignorancia, y el texto de Jose Félix Machuca, de pomposos aires bélicos es una pieza más en el muro de esa ignorancia, de esa parafernalia estrepitosa que emborrona el deporte, esa que me hizo apartarme del mundo del fútbol hace muchos años. Esos 40 chavales que se quieren matar a puñetazos por dos estúpidos escudos tienen su apoyo ideológico en textos e ideas de esta índole. Se rubrica la muerte del fútbol como deporte y su renacimiento como una suerte de onírica poesía violenta para mediocres. Descanse en paz la deportividad.


Rescatad nuestro honor (por Jose Félix Machuca, ABC de Sevilla 20/03/2014)


Tienen miedo a ganar. Les tiemblan las canillas. Les sudan las manos. Sueñan con relojes parados

La deshonra no la lava el jabón. Te tizna la cara y no se va del rostro de tu alma por mucho que te empeñes en ocultarla. Es como un estigma. Como una mancha. Como una lepra. Persigue tu fama para profanarla y te convierte en un maldito. Hay borrachos tirados por las esquinas de los olvidos con más dignidad que un tipo al que le pintaron la cara y lo mandaron a la pocilga de los deshonrados. A nosotros, a los sevillistas, el jueves pasado nos robaron en nuestra casa la honra. El honor. El cetro de nuestra fama. Nos hicieron comernos dos platos de verdina en una noche tristísima para Nervión. Así que hoy, jugadores, haced acopio de fe, valor, coraje y casta. Y marchad al otro lado de la ciudad. Id, haced vuestro trabajo y rescatad la honra. Id, haced vuestro trabajo y traed bajo el brazo el balón de la victoria como si fuera la misma cabeza de Holofernes. Todo lo demás no nos sirve. 


La V y la VI fueron las legiones malditas de Roma. Habían caído de manera humillante en Cannae ante Anibal, que no solo las caneó, sino que las humilló en la batalla de forma tan cruel que la República envió a los supervivientes a los campos yermos de Sicilia. Como apestados. Allí los soldados que huyeron ante los elefantes del cartaginés se alimentaron de raíces y del pillaje. Cayendo en la abyección moral de los derrotados y olvidados. Solo un general joven como Escipión les supo devolver la honra perdida, la fama humillada y la gloria que les esperaba como conquistadores de Cartago. Nuestro equipo necesita ir a La Palmera como dicen que fueron las legiones malditas de Roma al norte de África en busca de las banderas abatidas, de los anillos consulares que el Barca rebañó de los dedos de los generales romanos y del honor de cada soldado que fue degradado a la miseria que siempre habita en la cobardía. Así que serigrafiaros este artículo en vuestros corazones, escuchad vuestro himno y haced cierto lo que canta El Arrebato: somos el equipo que nunca se rinde. Patton, que era un militar fiero y rudo, llamaba hijos de perra a sus solados para motivarlos. Y antes de entrar en combate contra los alemanes del III Reich les dijo que fueran a la batalla a hacer algo grande para que, treinta años después, con sus nietos sobre las rodillas al calor del fuego, pudieran contarles que durante la segunda guerra mundial estuvieron luchando en Europa y no transportando estiércol en alguna granja de Lousiana. El estiércol hay que dejarlo en casa de aquellos que el jueves nos lo regalaron en un verdeo humillante y deshonroso para nuestro escudo. Lo repito: id, haced bien vuestro trabajo y regresad a casa con el balón de la victoria bajo el brazo. Y ese estiércol devolverlo para que abone su amargura. 


Enfrente vais a tener a un equipo con el gotero puesto y que lleva en sus ojos el aturdimiento del final. Desconfiad de los soldados heridos que no sueltan su espada. Como los escorpiones suelen morir matando. Además lo arroparán sevillanos con gargantas de lobos y lealtades de acero que no logran romper las derrotas. Respetad a esas voces más que a su equipo que desde el pasado jueves no es capaz de soportar la responsabilidad de la victoria. Tienen miedo a ganar. Les tiemblan las canillas. Les sudan las manos. Sueñan con relojes parados. Saben que vamos hasta su casa a buscar el botín que nos pertenece: honor, honra y victoria. El general Leónidas, antes de enfrentarse con 300 espartanos al colosal ejército de Jerjes, les dijo a sus guerreros: desayunad bien porque esta noche cenaremos en el infierno. Yo estoy seguro que los nuestros cenarán en la gloria del Pizjuán con las banderas rescatadas, el honor intacto y con el balón de la victoria bajo el brazo, como aquella cabeza de Holofernes… Y será entonces que Nervión brillará de forma tan intensa que hasta el cielo de Sevilla nos tendrá envidia.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Iraila y La Voz del s.XVII



Vivimos sumergidos en la tragedia, es una realidad que nos afecta a todos los que conformamos esta forma de pensamiento, esta nuestra cultura que llamamos “Occidental”. Ayer celebrábamos el décimo aniversario del horror de los atentados del 11M y hoy es difícil no toparse con la noticia de esa niña de 12 años que participaba en un programa de televisión que ha fallecido de cáncer. También hoy una amiga me ha comunicado que se ha suicidado una muchacha de 16 años, a saber por qué rara jerigonza hormonal propia de la adolescencia. Raro es el día que no encuentro fotos desagradables en Facebook como vehículo de pseudodenuncias: perros ahorcados, niños con deformidades, personas que solicitan dinero para operaciones carísimas anexando, como no, espeluznantes fotos demostrativa y un larguísimo e interminable etcétera de catástrofes, desastres, accidentes y quiebros del destino en los que parece que encontramos acomodo como cerdos en un barrizal, pues corren como la pólvora entre nosotros. Me he tenido que enterar que existía un programa llamado “La Voz Kids” porque una participante, una pobre niña, ha muerto.

También ayer se cumplieron tres años del terremoto y tsunami de Japón que ocasionó el famoso accidente nuclear de Fukushima. Más de 19.000 desaparecidos, miles de heridos, estragos desoladores y unas consecuencias radiactivas que aún es pronto para valorar. Lo que se dice un auténtico desastre. Y lo más sorprendente es que nadie en ningún lugar del mundo vio ni una sola imagen desmesurada, ningún cadáver, ninguna atrocidad. Japón volvió a sorprendernos a todos con imágenes de calma, de mesura, de gente haciendo cola para recibir su ración de comida y de hombres que frente a las ruinas de su casa se preguntaban cómo arreglar aquello. Una visión positiva y cortés, una mirada hacia adelante, una consideración hacia los que sufren y los que han muerto. Una nueva lección de la contención oriental. Japón es un país que a lo largo de la Historia ha demostrado repetidas veces que por muchas veces que se caiga, se levanta y sigue caminando con la cabeza bien alta sin mirar atrás. Es cuestión de mentalidades.

¿Por qué nosotros somos así? ¿De dónde nos viene este disfrute con lo trágico? ¿Qué necesidad hay de sufrir gratuitamente? ¿Por qué hoy tengo que convivir con terror por si enferma algún ser querido de algo que no tiene cura? Estoy convencido de que el corazón de los españoles se nos quedó anclado en el s. XVII. Somos hijos de la piedad barroca, de esa mentalidad pomposa y exagerada en la que se sumió nuestro país en aquel siglo. La piedad barroca anida en nuestras señas de identidad como resultado de la confluencia de tres ingredientes básicos: La quiebra del pensamiento renacentista, la Contrarreforma y la debacle del Imperio Español.

El Renacimiento floreció en Europa en los siglos XV y XVI fruto de la difusión de las ideas del Humanismo, donde el hombre volvía a ser el centro del universo frente a la visión teocentrista y la mentalidad rígida y dogmática de la Edad Media.  La vuelta a los valores clásicos proponía imponer la armonía y la perfección en el mundo; es decir, la felicidad del hombre. Sin embargo esa pretendida felicidad que auguraba el Humanismo nunca llegó. Las continuas guerras, las desigualdades sociales, el dolor, la peste y las calamidades siguieron campando a sus anchas por toda Europa. El infructuoso Renacimiento del hombre instaló un pesimismo intelectual cada vez más acentuado que nuestro desenfadado y soleado carácter condensó en las truhanerías en que se basan las novelas picarescas.

La recién nacida España del s.XVI como unión de los reinos de Castilla, Aragón y Granada se convirtió casi sin darse cuenta en el primer imperio en poseer dominios más allá de su continente, un imperio “donde nunca se ponía el sol”. Un gigante con pies de barro que los Austrias fueron incapaces de gestionar. El siglo XVII fue para España un período de grave crisis política, militar, económica y social que terminó por convertir ese inmenso Imperio Español en una potencia de segundo rango dentro de Europa.

Por otro lado, la Contrarreforma fue el paso adelante que la Iglesia dio frente a la austeridad pregonada por la reforma luterana. La pasión, la exaltación y la exageración del arte barroco fueron las puntas de lanza de esta nueva iglesia abanderada por los ideales jesuíticos.  Un pomposo y triunfante barco al que se subió la declinante monarquía española de tintes populistas como intento de dejar en un meditado segundo plano su estrepitoso fracaso gubernamental.

Por primera vez en la Historia la opinión pública despertó el interés de las autoridades religiosas (y civiles, de nuevo a su lado) dando pie a una suerte de propaganda religiosa. Propaganda que a su misma vez comprometía a la cultura, especialmente al arte, en defensa de sus intereses y en su propósito de influir en el hombre de la época.  Ejemplo de esta nueva actitud son las actas del Concilio de Trento, en las que exigen a los artistas que “exciten al pueblo para que adore y exalte aún más su amor a Dios”. El arte barroco y su secuela en el pensamiento resultan didácticos, seductores, exacerbados y terribles.  Una desmesura del sentido del honor y una fe intensamente vivida con una visión realista, patética y crítica del mundo. La Semana Santa, las cofradías y las imágenes piadosas nacen entonces. La mirada del pueblo es dirigida a la Pasión y Muerte de Jesucristo con toda la carga dramática y teatral posible, relegando casi a un segundo plano lo que debiera ser el primero, la alegría de la Resurrección. Las llagas, la sangre que cae a borbotones por el costado, los penitentes, los flagelos, las cadenas, la tragedia, la angustia, la oscuridad, la cera que gotea incesante, el tenebrismo, el pesimismo, las vestimentas pardas y la austeridad calan en el pueblo frente a la exageración decorativa propia de la nueva imagen barroca de Dios. Esa es la piedad barroca, esa es la fibra sensible que traviesa los siglos hasta hoy. Nos regocijamos con el drama, con la tragedia, con la exaltación del dolor, de la pena y la tristeza. Nos sigue conmoviendo y nos une el morbo de la angustia ajena. 

Lloramos por la muerte de esa pobre niña, enésima víctima de esa maldita enfermedad. Son muchos, muchísimos los corazones que hoy estamos rotos de dolor, la noticia ha corrido como la pólvora, la pólvora de la piedad barroca.