lunes, 20 de octubre de 2014

José con acento en la "e"



Es de esa clase de Josés que odian que le llamen Pepe, él es un José notable, canónico, singular, no un vulgar “Pepe”.  Estudió una ingeniería, su mujer trabaja de cajera en Carrefour y el punto central de su vida no son sus hijos sino el hecho de que los tiene metidos en un colegio privado carísimo. Su mesa de trabajo está forrada de fotos de sus hijos con el uniforme del colegio privado carísimo, su foto de whatsapp es una foto de sus hijos con el uniforme del colegio privado carísimo, su perfil de Facebook es una foto de sus hijos con el uniforme del colegio privado carísimo. Encima de su escritorio tiene propaganda del carísimo colegio privado de sus hijos por si cualquiera que pase por su mesa tiene a bien meter a sus hijos en el carísimo colegio privado de los suyos. Las palabras “carísimo” y “privado” le subliman, orbitan alrededor de su pequeñísima cabeza como una suerte de satélites perfectamente sincronizados.

Realmente no es que tenga la cabeza pequeña, es que su cuerpo es inmenso, ovoide, una especie de Papá Noel que ni viste de rojo ni tiene barba. Si le analizamos de arriba hacia abajo, como si le hiciéramos un TAC, su diminuta y rala cabeza se ancha por la parte de la papada, dando paso a unos hombros estrechísimos que poco a poco van anchándose hasta llegar al cénit de su cuerpo que es la barriga, su parte más notable. El punto central de su cuerpo está marcado por la notable hebilla del cinturón que suele colocar con precisión en el centro geométrico del triángulo que forman pezones y ombligo. Su inmenso culo es ya ligeramente menos ancho que su barriga, es un culo trapezoidal, sin embargo la comentada situación de la hebilla hace que los pantalones se hundan en la raja de ese magno culo y a un mismo tiempo en esa cuerda que separa ambos testículos, distinguiendo perfectamente la situación de sus dos cojonazos a simple vista, dos testículos, dos hijos, ambos en un colegio privado carísimo donde estudian chino, ruso, alemán, inglés, francés, azerbaiyano y urdú. La línea que desciende desde sus caderas hasta sus tobillos es endiabladamente vertiginosa, hundiendo sus piernas en dos diminutos tobillos y un minúsculo pie que probablemente no llegue a un 35. Una barbilla debidamente alzada, una mirada de perdonavidas, una sonrisa amplia, confiada y sarcástica adornan su blancuzca cara perfectamente afeitada. Las camisas de cuadros pasadas de moda y los pantalones anchísimos de pinzas de un triste color beige-muerte conforman el contrapunto textil de este formidable personaje que tiene dos hijos en un colegio privado carísimo en el que les enseñan gramática, trigonometría, física cuántica, medicina nuclear, astronomía, aeronáutica, literatura, ingeniería, arquitectura, contabilidad, marketing, psicología, diplomacia, interpretación de los sueños, manejo del ábaco, deontología, teología, historiografía historiada, química, biología,  teoría del caos modificada y veterinaria aplicada haciendo prácticas con dummies del gato de Schrödinger.

El canónico José de acento en la “e” (los Jose con la sílaba tónica en la “o” son igual o más vulgares que los Pepes) nunca va a tomar café con los compañeros, no le gusta mezclarse con la chusma, no habla con nadie, él se dedica a hacer su dificilísimo trabajo, mirar una pantalla con tres cuadrados, uno rojo, uno ámbar y otro verde. Cuando es  el verde el que se ilumina no tiene que hacer nada, cuando se enciende el ámbar retiene el pipí y cuando se enciende el rojo tiene que marcar un número de teléfono, esperar el tono de llamada, esperar a que lo cojan, decir la palabra “Rojo”, colgar, y esperar a que el cuadrado rojo desaparezca como por arte de magia, y si no desaparece, pasados 4 minutos y 59 segundos volver a repetir la operación de la llamada. Su sonrisa prepotente y sarcástica sólo torna en carcajada cuando hay algún jefe a un radio de unos 5 metros de alcance, su estómago y su recto están repletos de semen imaginario de ellos, se excita pensándolo. Pero hay algo que le araña la cabeza, algo que no le cuadra, sus dos jefes no estudiaron en un colegio privado carísimo, son vulgares humanos de colegio público. Por eso, en secreto, mantiene una cruzada con el departamento de Derechos Humanos, que no recursos, por su derecho a ser el jefe de todos, porque en su caso hablamos de un derecho fundamental como es el de que por fin reconozcan que él es un ser superior a la demás chusma, un José con acento en la e, con niños en un colegio privado carísimo cuyos uniformes luce adecuadamente, porque saben astronomía, álgebra, cálculo, finlandés y la disciplina medieval de los samuráis japoneses que les otorgaba la capacidad de cagar haciendo el pino. Su arte en la distinción de tonos bermellón, burdeos o granate del cuadradito rojo que salen en la pantalla de su ordenador es admirable, él es el macho alfa, beta, gamma y así hasta el omega, o incluso alguna que otra letra más que deberían añadir al alfabeto griego en su honor.

Lo más chocante es que semejante sublimación del Homo Sapiens es árbitro de baloncesto, siempre me he preguntado cómo se vestirá para que no le confundan con la pelota, y ojo, que a él no le molestaría, le encanta el baloncesto, claro está, pero jamás colaría por la cesta esa enorme barriga, untado con aceite de oliva quién sabe, pero así en seco no. En cualquiera de los casos, lejos de cualquier cuestión física, él es un José con niños en un colegio privado carísimo que saben chino, japonés, árabe, microelectrónica y astrofísica, quién iba a osar cogerle en peso y tirarle hacia una mierda de aro metálico, si fuera de oro o platino quizás, pero ¿de vulgar hierro o acero?, vamos hombre por Dios, que sus hijos van a un colegio privado carísimo con un precioso uniforme gris con solapas que merece la pena fotografiar y fotografiar y fotografiar y fotografiar y fotografiar y fotografiar. Qué vulgaridad esas de inmortalizar a tus hijos sin posar tiesos como velas con el uniforme del colegio carísimo, que asco de gente.

Es una pena que los hijos crezcan, porque llegará un momento en el que no vayan a un colegio privado carísimo donde puedan aprender meditación, anatomía, natación, reflexología, primeros auxilios y ciencias del mar, sobre todo porque él ya no podrá presumir de ello, tendrá que educar convenientemente a sus dos hijos para que le den muchísimos nietos, y que éstos, por favor, vayan a uno u otro colegio, da igual, pero que sea privado y carísimo, donde enseñen materias que estén fuera del entendimiento del vulgo, cosas sublimes, magistrales, fabulosas. A él ya no le da tiempo, porque sus hijos tienen 7 y 4 años, es decir, ya han nacido, se enteró tarde y se le pasó la oportunidad de meterlos en sesiones preparatorias del parto privadas carísimas, ginecólogos y matronas especializados en educación fetal, meten su cabeza por el coño de la madre y les dan clases de 4 o 5 horas sobre las peculiaridades del acento británico en las colonias victorianas, sobre la melanina, sobre filosofía trascendental, sobre sistemas digitales avanzados, sobre el cosmos, sobre isótopos radiactivos y la trascendencia del bosón de Higgs, pagando un plus incluso te hacen demos con el cordón umbilical. Incluso ha oído comentar que una vez los protomaestros sacan la cabeza del importantísimo coño de la madre se secan con una toalla Lacoste, o Pierre Cardin, o Pertegaz, porque los fluidos de esos niños que van a ir a un colegio privado carísmo deben ser recibidos como Dios manda, hierven la toalla, cuelan el líquido resultante, lo destilan y se lo regalan a sus padres en un frasquito muy cuco de color fucsia para que lo pongan en una repisita del baño, y lo miren a diario mientras cagan, y suspiren, y piensen ay mi niño, que va a ir a un colegio privado carísimo con un uniforme gris con solapas, y se sonrían, y se abracen, y follen para hacer más niños que puedan a ir a más colegios privados carísimos donde enseñen telecomunicaciones, hibridaciones de mamíferos, calculometría, la dualidad onda-corpúsculo y el teorema de Bolzano.

A lo que iba, hoy José ha llegado cabizbajo, uno de sus dos hijos, sí, esos que van a un colegio privado carísimo, el mayor, José como él con acento en la “e”, tiene placas, perdón, amigdalitis, “placas” tienen los niños vulgares, esos que juegan en un parque mientras los suyos descifran el genoma humano. Necesita un comité de expertos que le certifiquen que la bacteria que está atacando a su hijo tenga la forma del símbolo de Nike, o del caballito de Ferrari, o al menos no tenga barba como los perroflautas esos de mierda, que su hijo de colegio privado carísimo tenga una bacteria vulgar es algo que le deprime. Quizás algún niño de mierda de esos de los demás ha tocado con sus sucias manos a su mujer mientras hacía caja en el Carrefour y la bacteria ha viajado hasta su casa, metiéndose en los órganos de su hijo, y tiene fiebre, y se siente mal, y el pobre niño de colegio privado carísimo está jodido. Va al médico, a ese médico del Opus en cuya mesa hay una foto de él, sonriente con sus 14 hijos, en una esquina de la foto, casi al margen, también está su mujer, cenicienta y de ojos tristes, pero no importa, las mujeres son basura, esclavas, si se encuentra mal que se joda, putas mujeres de mierda, nacen con un solo objetivo, dar por culo al macho, al hombre, al del acento en la vocal adecuada. Las mujeres son el desgraciado trámite con el que hay que tragar para conseguir hijos que puedas llevar a un carísimo colegio privado con un logotipo precioso, espectacular. Menudo coño el de esa tía para tener 14 hijos, un puto túnel de autovía, que se joda esa zorra de mierda, a ver si receta un antibiótico adecuado para que el hijo deje atrás esa bacteria vulgar. Pero eso sí, que no sea caro el antibiótico, el sueldo de su mujer de cajera del Carrefour y el suyo de analista simplón que ve cuadraditos de colores no da para mucho, la verdad. Su padre, militar retirado de relumbrón y amiguito de Franco es el que paga el colegio privado carísimo de sus hijos, pero eso no lo sabe nadie, él puede seguir su vida de analista tricolor barato sin problema, porque la gente que le ve le admira, flipa con él. Dos mesas delante de él y un poco a la izquierda hay sentado un señor que lleva dos cruces en los ojos, es un granaíno malafollá, un creído, un chulo, no se le puede dirigir la palabra porque a la primera de cambio te suelta dos frescas que te deja tieso, no le soporta, no ha conocido un tío más borde y gilipollas en su vida, pero es irrelevante porque seguramente él también le admira. Todos le admiran. Tener hijos en un colegio privado carísimo es lo que tiene.