miércoles, 4 de junio de 2014

El Rey ha abdicado, Viva la Reypública



Son varias las personas que se han interesado por mi opinión sobre la abdicación del Rey y aquí os dejo esta reflexión abierta.

Un trozo de tierra donde viven muchos millones de personas singulares, cada cual con su pensamiento y forma de ver las cosas, tiene dos posibles caminos: el orden o la anarquía. Soy persona a la que le gusta respetar y que le respeten, me gusta el orden y la armonía en el sentido más amplio de la palabra, y esa armonía creo que sólo se puede conseguir codificando y ajustándonos todos a una serie de reglas que regulen la vida. Esos son los principios básicos de un Estado de Derecho, el que se rige por leyes y normas elaboradas entorno a la norma suprema, la Constitución. 

Dentro de un Estado de Derecho respetar las leyes no es una opción, es una obligación; máxime cuando la norma suprema ha sido refrendada por el pueblo.  La Constitución Española fue ratificada en referéndum el 6 de diciembre de 1978 y en ella dice que España es una monarquía parlamentaria con su sucesión prevista en el artículo 57, que los colores de la bandera son rojo amarillo y rojo y otra serie de cosas preceptivas. Independientemente de mis simpatías a la familia que ocupan la corona, el sentido que tiene la institución monárquica en el s.XXI o si el rojo y el amarillo me favorecen, creo en el orden y la armonía y respeto la Constitución.  En ese sentido, doy la bienvenida al Rey Felipe VI y espero que bajo su mandato a todos nos vaya un poco mejor.

La Constitución Española, como todo en esta vida, es mejorable. Bajo mi punto de vista lo peor que tiene la carta magna es la división de España un estado de autonomías, sería lo primero que modificaría. Tiramos dinero a espuertas en abultadísimas administraciones autonómicas y pesadísimos cuerpos de funcionarios cuando las experiencias políticas de otros países nos demuestran que la unidad no sólo hace la fuerza sino que también optimiza lo económico y social. Desgraciadamente en este país somos muy ombliguistas y exagerados, hay catalanes supercatalanes nada españoles, vascos supervascos nada españoles, y españoles superespañoles igual de nacionalistas que los anteriores. En medio de todos ellos estamos los templados, los que somos españoles porque nuestras madres nos parieron aquí y nos rige ese bello refrán que dice que uno no es de donde nace sino de donde pace.

Ideológicamente me siento más próximo a los ideales de la República. La monarquía “de origen divino” y cuyo relevo se apoya en la genética es algo que en el s.XXI huele un poco a rancio. No es que con un presidente de la República fuéremos a estar mucho mejor, creo que seguiríamos exactamente igual, pero al menos el Jefe del Estado sería elegido por el pueblo, algo más acorde con un país que se autoproclama democrático. El actual Jefe del Estado está donde está por merced de la descendencia del Rey Luis XIV de Francia, “rey Sol” puesto ahí según él por orden divina; y por merced del dictador Francisco Franco, quien volcó en Don Juan Carlos sus aspiraciones de continuidad dictatorial. Afortunadamente éste giró valerosamente el timón. ¿Cambiaría ese apartado de la Constitución? Pues psí, pero realmente no creo que sea algo imprescindible en estos momentos, nos acucian problemas peores, el problema del paro o el de las autonomías por ejemplo lo veo más relevante. Si de mí dependiera iniciaría un dialogo multilateral para intentar caminar ordenadamente hacia la unidad y disolver la rueda de molino que España tiene atada al cuello con esa memez de las autonomías.

En España ya hubo 2 ensayos fallidos de República, la segunda y más reciente abortada por el alzamiento militar en una parte de España y la declaración de la revolución socialista en la otra en 1936. La II República surgió mediatizada por las consecuencias de la crisis económica mundial de 1929, el auge de los fascismos en Europa y una alarmante impaciencia por construir y deconstruir atropelladamente en reacción a los años de dictadura de Manuel Primo de Rivera y el aquiescente reinado de Alfonso XIII. Esta II República Española no es ni por asomo extrapolable a la España de 2014, ni para lo bueno ni para lo malo. Eso sí, tengo que reconocer que estéticamente la bandera de la República me parece mucho más bonita que la actual. 

Las manifestaciones republicanas con ocasión de la abdicación de Don Juan Carlos I están en parte teñidas de populismo alentadas por los resultados de las recientes elecciones al parlamento europeo. La profunda crisis económica que atraviesa España ha hecho que el bipartidismo pierda comba, el pueblo se está dando cuenta que PP y PSOE se han alternado en el poder sin conseguir soluciones eficaces a los problemas que nos afectan. Desgraciadamente la alternativa que se vislumbra a ese bipartidismo es bajo mi punto de vista peor que lo que ya tenemos: Izquierda Unida, un partido que 25 años después de la caída del muro sigue enarbolando banderas de Cuba; y Podemos, un engendro populista al más puro estilo Hugo Chávez que debería hacer saltar todas las alarmas a las personas que tienen como costumbre pensar. Salimos de Málaga y nos dirigimos prestos para entrar en Malagón. La izquierda radical globalizada se está abriendo paso provocando la consecuente reacción de la extrema derecha, no hay más que ver los resultados obtenidos en las europeas por partidos como el Frente Nacional Francés de ultraderecha de Marine Le Pen o partidos pronazis como el griego Amanecer Dorado que dan auténtico terror. 

A todo esto, en España flota en el ambiente una errónea asociación de ideas entre izquierda y república. La república es un modo de gobierno, no una ideología. La república puede ser gobernada indistintamente por la izquierda, el centro o la derecha según decidan las urnas. Sin ir más lejos, la muy nombrada e idealizada II República Española fue gobernada durante años por Niceto Alcalá-Zamora, líder de un partido de derechas. Que en las elecciones generales de 2011 casi 11 millones de españoles decidieran que Mariano Rajoy debía ser el presidente del gobierno de España es absolutamente independiente de si el jefe del estado era un rey o un presidente de la república. Guste o no, es lo que ha decidido la mayoría del país y hay que acatar las normas y ser armonioso y democrático.

El idiotismo como forma política de la idiotez campa hoy día a sus anchas por nuestro pobre país. No hizo suficiente daño la Guerra Civil Española como para que 75 años después las ideologías protagonistas sigan tirándose los trastos a la cabeza en lugar de meditar sobre la presunta bondad de esa actitud estúpida. Los líderes de la populista izquierda idiotizada de España pretenden sembrar la semilla del odio en la gente más golpeada por la crisis: los que sufren, los que están en paro, los que pierden sus casas, etc. creando un anticristo: “la derecha que les oprime” a la que se le debe añadir los adjetivos de “fachas”, “nazis”, etc. En reacción, la enranciada derecha idiotizada de España se defiende recuperando adjetivos como “rojos” o añadiendo otros nuevos como “perroflautas”.  El resumen de la situación política para el engrosado subconjunto de españoles mononeuronales es que los fachas gobiernan y los rojos montan el pollo. No señor, no. No seamos tan simplistas, España es una democracia muy joven, no hagamos el imbécil cuando aún no han pasado ni 40 años. Seamos respetuosos, conservemos el orden, las formas, el diálogo y la armonía. Respetemos las leyes y respetémonos a nosotros mismos. Nos irá mejor.

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