El último aliento de vida de Domingo Pérez
fue a parar al interior de un casi finiquitado tetrabrick de vino Don Simón. Domingo
odiaba ese vino, pero era la sustancia más accesible con la que podía
intoxicarse con lo poco que sacaba aparcando coches en las cercanías del
saturado centro de salud de la Macarena. Murió sentado en el suelo, con su cabeza apoyada
justo en el centro de la letra O de esa desdibujada pintada que rezaba YENI TE
KIERO. Los piojos, las liendres y las garrapatas pronto comenzaron a
abandonarle iniciando su grave caminar en dirección a otro ser vivo, allí ya nada
tenían que hacer salvo dejar un buen legado de larvas que devoraran la carne de
Domingo Pérez, el malogrado mendigo de barba florida del sevillano barrio de la
Macarena. La gente pasaba de largo dejando de lado el cuerpo sin vida de Domingo, sin
hacer caso, sin prestarle la más mínima atención; estará dormido, estará
borracho, menuda basura, que lástima, pobre hombre, vaya estorbo, da asco eran
los piropos que los alegres vecinos de ese vetusto barrio sevillano dedicaban
a su cuerpo inerte. La espesa barba, la larga melena y la boina remendada ocultaban el hecho de que Domingo ya no respiraba, ya no vivía, ya no intercambiaría
más moléculas de carbono con la atmósfera ni volvería a ver la cara de la
Esperanza Macarena, esa Señora que impasible reina para siempre en el arrabal
del mismo nombre.
Un policía que salía de turno fue el que se
dio cuenta de la luctuosa nueva respecto a Domingo, el gorrilla que jamás había
provocado un altercado, el que siempre estaba borracho de vino Don
Simón, que fumaba colillas que la gente tiraba a medias y que comía de lo que
iba encontrando en la basura. Una ambulancia llegó sin prisa alguna al lugar, y un
sanitario delgado como el suspiro de una golosina recogió el cadáver, lo montó
en la camilla y lo metió en la ambulancia dejando un rastro de gotas negras, como
esas que dejan las bolsas de basura camino del contenedor cuando contienen algo a medio vaciar. Qué asco, cómo me va a poner este tipo la
ambulancia, habrá que desinfectarla, pensaba el cadavérico enfermero. Hospital, morgue, depósito de cadáveres y a
esperar a que alguien reclamara el cadáver. Obviamente, nadie apareció.
La mañana de aquel soleado 21 de noviembre de
2014 en Sevilla fue el día elegido para que las llamas volatilizaran para
siempre los restos del pobre Domingo Pérez. Una generosa y bonita combustión le
redujo a cenizas, el alcohol había permeado tanto durante años y años hasta el último
átomo de su cuerpo que ardió extraordinariamente bien, tanto que el responsable
de la incineradora decidió hacerse una selfie en la puerta del horno con las
llamas de fondo, y lo colgó en Instagram, “mendigo flamígero” tituló su post. Cuando la temperatura descendió y se situó dentro de los límites
de lo humanamente razonable, el incinerador recogió las cenizas, pero no todas,
es atómicamente imposible recoger todos los restos, siempre queda algo que se une a las cenizas del siguiente finado consumido por las llamas. Cuando el encargao de la incineradora cerró la puerta y partió con la mayor parte
de las cenizas de Domingo Pérez, él miraba desde el interior de la incineradora;
joder, soy ceniza y sigo consciente, ese chico se han llevado gran parte de mi
ceniciento cuerpo en un tarrito pero mi consciencia, la escama de ceniza donde
reside mi seso, mi inteligencia, el ser, la existencia aquí está, en una
especie de horno microondas enorme, todo muy metálico y muy bonito. A ver qué
hago ahora, soy ceniza, inerte, no puedo moverme, sólo pensar…
La escama consciente y cenicienta de Domingo
Pérez pasó horas reflexionando, pensando, cavilando sobre su nueva situación;
joder que bien me vendría ahora un traguito de vino Don Simón, o de otro mejor
incluso, estoy nervioso, pero hay un problema, el vino tiene alcohol y no puede
convertirse en ceniza, se volatiliza, el alcohol se sublima en la atmósfera y
ya nunca más podrá ocupar el interior de mi cuerpo, pero qué digo, si no tengo
cuerpo, ains, que vida esta, qué digo vida, si ya no tengo vida, estoy muerto,
¿o estoy vivo?
En mitad de la angustiosa tormenta de
reflexiones de Domingo Pérez, de la
porción de ceniza que albergaba su conciencia, se abrió la puerta del
horno. Una lúgubre muchedumbre enlutecida asistía cabizbaja a la introducción
en la incineradora del cuerpo de una noble señora fallecida, una señora mayor,
un ser humano femenino muy viejo, de pelo blanco y ricos ropajes adornados por un blasón
antiquísimo con un ajedrezado de plata y azul. Joder, no-me-jodas, ¡es la
Duquesa de Alba!, está encima mía, y muerta, y la van a incinerar. Se va a
derretir y consumir encima de mí, que mal rollo por Dios, ¿no tuviste bastante
dándome esta vida de mendigo de mierda como para encima hacerme pasar esto?,
madre de Dios, Virgen de la Macarena, Señora del Santísimo Rosario, las cosas
que tiene que ver uno incluso después de muerto.
Sus pensamientos se interrumpieron con el
golpe sordo del portalón del horno seguido de una intensísima llamarada
cegadora. La señora Duquesa empezó a gotear y derretirse encima de la esquirla
de Domingo, a su lado iban cayendo trocitos de pelo requemado, trozos de oreja,
una perla, un diente, y así sucesivamente. Pero no tenía calor, las cenizas no
pasan calor, son productos de la combustión y por lo tanto son sustancias
incombustibles, como las sales minerales. Las llamaradas se intensificaban, la
materia se retorcía, se compactaba, implosionaba y se inorganizaba, ceniza a la
ceniza, polvo al polvo.
Hola, ¿hay alguien?, ¿quién habla?, hola, mi
nombre es Domingo ¿y el tuyo?, me llamo Cayetana, bueno, Cayetana y un montón
de nombres más, pero qué más da si ya estoy muerta, o al menos creo que ayer
morí, pero no sé muy bien donde estoy ahora ni que hago ni quién es usted, ¿es esto el cielo? ¿el
infierno? ¿el purgatorio?, No señora, no, estamos en la incineradora, mi nombre
es Domingo Pérez, borracho y mendigo de la Macarena para servirla, me quemaron
hace un rato y se dejaron aquí la parte esencial de mi consciencia encerrada en
una escama de ceniza, por lo que veo usted aún es un montoncito bastante apañao
de ceniza, supongo que como el horno está aún muy caliente no han abierto la
puerta y se han presentado con el cepillito y la urna para que se la lleven a
usted, Uy pues vaya, no sabía yo que siendo ceniza se iba a estar tan bien, no
hace frío ni calor, se está como blandito, ¿tiene usted hora?, pues no la
verdad, nunca tuve reloj ni me interesó la hora que era, sólo miraba al cielo y
escuchaba a mi estómago para saber más o menos en qué arco horario me movía, y
si antes me preocupaba poco imagínese ahora, ¿para qué quiere usted saber la
hora, señora, si ya está muerta?, No mire usted, es que van a dividir mis
cenizas, la mitad se la van a llevar a un panteón familiar que está en Madrid y
la otra mitad la van a dejar aquí en Sevilla, en una capilla expresamente
dedicada a mi persona en la iglesia de Nuestro Padre Jesús de la Salud y María
Santísima de las Angustias Coronada, la hermandad de los Gitanos, ¿la conoce
usted?, Uy vaya si la conozco, Alberto Gallardo, el que fuera legendario
capataz del palio fue compañero mío de colegio, No me diga usted, Sí que le
digo, es más, los dos o tres años que me contrataron de camarero en el bar de
la plaza San Marcos él intentó ayudarme y me metí de costalero en el palio, No
me diga que usted llevó a La Madre sobre sus hombros, Pues sí que le digo
señora, yo he hecho levantás al cielo con la Señora que me vibraba hasta la
médula espinal del alma, Qué bonito, Óle, Pero oiga ¿y usted que va a hacer ahora?, Pues no sé, esperar a que me
cepillen y me limpien y me tiren al wc, o no sé, ¿Se viene usted conmigo?, ¿Yo
con usted señora? ¿a dónde?, a mi capilla de la iglesia de los Gitanos, únase
conmigo, intérnese en mi cenizas y vayámonos juntos, me ha caído usted muy bien
y sola me voy a aburrir, así podemos charlar durante el resto de la eternidad,
parece usted un hombre bueno, Soy un hombre bueno señora, solo que tuve muy
mala suerte en vida, justo lo contrario que usted, que tuvo mucha suerte, pero no me
malinterprete, que yo también pienso que usted es una buena persona, Que bien
me cae usted Domingo, ¿es usted creyente?, Pues señora, me agrada que me haga
esa pregunta, a pesar de la vida de mierda que he llevado sí que me sigo
arrodillando ante la madre Macarena y el Señor de la Sentencia, serán
costumbres raras pero a mí aún me siguen produciendo mucho respeto, No me diga
usted más, se viene usted conmigo a mi capilla, ¿quiere?, Venga, vale, pero
señora, Dígame, Hay una cosa que me inquieta, el miércoles de ceniza le dicen a
uno que tiene que convertirse en polvo, y es
eso lo que ha ocurrido con usted y conmigo, ya somos polvo, hemos cumplido, hasta ahí bien, y ahora usted quiere que me una a su materia restante, quiere que seamos dos polvos que se unen,
sobre el papel usted me está proponiendo que le eche un polvo, mi polvo, y perdone usted mi
atrevimiento, No se preocupe que le entiendo y no le malinterpreto, podemos
echar un polvo, qué cosas tiene la vida, un polvo postmortem entre una duquesa
y el mendigo, suena a cuento y a fantasía, Qué bonito, Óle, Que pena no poder
bailar unas sevillanas, ¿conoce usted a alguna ceniza que baile sevillanas?,
Que va señora, además es imposible, en los careos de la cuarta los dos
cenicientos bailaores saldrían volando y nunca llegarían a acabar, serían unas
sevillanas inconclusas, imposibles, Bailemos pues con la mente si le parece,
Venga.
El plateado cepillo con el blasón de la casa
de Alba barrió todas las cenizas del interior de la incineradora dejándola
limpia como un jaspe, hay clases y clases. La totalidad de la consciencia de la
duquesa y la escama cenicienta de Domingo Pérez viajaron juntas al interior de
la jarrita de alabastro blanco, la jarrita que iba a ser depositada en la
capilla de la iglesia de los Gitanos, no se sabe cómo pero Domingo y Cayetana se las
ingeniaron para que las cenicientas consciencias no se separaran y se
depositaran en la jarra correcta, la otra, la jarrita de mármol rosa que iría a
Madrid no era una buena opción, Domingo nunca había estado allí, pero si en
algo coincidían es que ambos llevaban a Sevilla dentro de sus corazones, de las cenizas
que quedaban de ellos, claro.
Unas explosiones fortísimas se escuchaban en
la calle Verónica, gritos y relámpagos interrumpidos por aterradores silencios sepulcrales.
Cayetana ¿qué ocurre?, ¿Cómo quieres que lo sepa, Domingo? los años que
llevamos aquí en la capilla me han hecho agudizar los sentidos y detectar cosas
como el color de la casulla del cura, el perfume que llevan las señoras de la
primera fila o incluso el número de niños que lloran dentro de la iglesia, pero
de lo que ocurre fuera ni idea, los muros son infranqueables para mi cenicienta
consciencia, no sé, suena como a guerra, como a un caos desasosegante, esta
iglesia del Valle es tan visceral y plomiza que las cosas de fuera retumban
dentro de forma atronadora, ay Domingo, que para mí que estamos en guerra otra
vez, al final los rojos y los azules han vuelto a tirarse a los ojos, se van a
matar, van a morir inocentes. Cayetana, escúchame mi arma, la gente es tonta,
el ser humano alberga de forma innata la incapacidad de ser feliz, todo el
mundo quiere lo que no tiene, que es justo lo que el vecino de enfrente posee,
y así no Cayetana, así vamos a estar matándonos toda la vida, bueno, mejor
dicho, van a estar matándose toda la vida, con lo fácil que es disfrutar de lo
que uno tiene, de las cosas que nos hacen sonreír, del mecer de las ramas de un
árbol al son de la brisa, de los monumentos antiguos, de los recortes que
venden las monjas, de las risas tontas de los enamorados, de las sonrisas sinceras de los niños pequeños, del chirriar de las
ruedas de los coches de caballos, del olor a café de los bares que ponen
desayunos, del olor a incienso en Semana Santa, del color de la tierra cuando
llueve, del mar oscuro cuando es de noche. ¿Sabes qué, Domingo?, que llevas
razón, dejemos a los vivos con los asuntos de los vivos, nosotros a lo nuestro,
aquí junto a la Virgen de las Angustias
y al Señor de los Gitanos, tízname con la voz de tu pensamiento, sigue
acompañándome hasta el fin de los tiempos, bésame.
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