Creo que tenía unos 13 o 14 años cuando
sucedió lo que voy a contar a continuación, es decir, de esto hace más de 25
años, por lo que espero disculpéis de antemano las lagunas. Estaba solo en casa,
mi hermano ya vivía en Granada haciendo sus estudios de físicas y mis padres se
habían ausentado, probablemente para ir a misa porque creo que era domingo, y
yo, tras la clásica discusión con mi padre por mi negativa a acompañarles, me quedé
en casa escuchando Radio 3.
Escuchaba un programa del cual no recuerdo el
nombre, su contenido se centraba en palabras contenidas en títulos de
canciones. El locutor elegía una palabra, por ejemplo “Recuerdo”, y pinchaba
algunas canciones cuyo título contuviera esa palabra: “Recuerdos de una noche”
de Triana, “Entre mis recuerdos” de Luz Casal, etc. A continuación se abrían los micrófonos al público, entraban
llamadas en directo donde los oyentes apuntaban canciones que contuvieran esa
palabra y que el locutor no hubiera contemplado en su selección.
Pues bien, aquella mañana la palabra elegida
era “Respirar” o similares. Fui escuchando atentamente todas las canciones que
iban poniendo que contenían esa palabra, una tras otra, y después la de los
oyentes, y mi sorpresa cada vez era mayor porque a nadie se le había ocurrido
poner “Breathe” de Pink Floyd, la primera canción del magistral The Dark Side
Of The Moon. Miré al teléfono fijo, ese modelo Teide blanco viejuno que
teníamos entonces en casa, tenía el número del programa, quería llamar, DEBÍA
llamar, pero estaba cagado de miedo, me daba una vergüenza que me iba a morir.
Hice de tripas corazón y llamé, el teléfono
en una oreja y un auricular del equipo de música en la otra. Cuando me escuché a mí mismo en la
radio me entró una especie de sudor frío, me moría de miedo a hacer el ridículo
con un tesoro tan valioso entre las manos como esa canción de Pink Floyd frente
a las mierdacas que estaban poniendo. En cuanto escucharon mi tono de voz el
locutor me dijo “ay, ¿cuántos años tienes bonico?” y le dije los que tenía, no
recuerdo, pero creo que aún estaba en EGB, se notaba claramente que era un
niño. Cuando me preguntó por la canción le dije que si importaba que fuera en
inglés, y me dijo que no importaba, y le dije “Breathe, de Pink Floyd”, a lo
que el locutor hizo un sonido de aprobación diciendo “¡claro!, está el programa
a punto de acabar y nadie había hablado de ella, me alegro que hayas sido tú,
pero no se llama “Breathe”, se llama “Speak to me/Breathe (in the air)” ¿te lo
ha dicho tu mamá o tu papá?” y yo respondí “¿CÓMO?, estoy solo en casa y he
sido yo solito el que la he seleccionado, escucho tu programa todas las semanas”.
Se oyeron risas de fondo y me sentó realmente mal, no solo porque no me
creyeron sino porque no había dicho el título de la canción correctamente, y
odio equivocarme. A continuación y para quitar hierro al asunto me preguntaron
que qué tiempo hacía por mi pueblo, les respondí que llovía a mares (mientras
veía el sol lucir esplendoroso a través de la ventana del salón de mi casa) y
colgué. Seguí escuchando por los auriculares los comentarios jocosos sobre ese
crío al que alguien presuntamente había chivado esa canción de Pink Floyd.
Y pusieron la canción, esa canción, ese disco
y ese grupo que me ha acompañado toda mi vida. Llevaba bastante tiempo sin oírla
y lo estaba deseando. No tenía el vinilo (no tenía pasta), tenía una cinta
grabada que mi hermano se había llevado a Granada sin hacerme una copia, porque
no teníamos cassette de doble pletina. El CD era entonces objeto de lujo y yo
no tenía ni uno solo, ni reproductor de CDs tampoco. Cuando empezó a sonar la
primera parte del “Speak to me”, con los latido del corazón, la respiración,
los gritos, el dinero, el tiempo sentí lo que llevo sintiendo desde siempre que
me enfrento a esa canción: placer en flotación.
Nací justo entre el “The Dark
Side of the Moon” y el “Wish You Were Here”, éste último lo compró mi padre
cuando yo tenía un añito, un añito horroroso para mis ellos, pues era el típico
niño porculero que no dormía ni un solo minuto por las noches. Chupetes mojados
en miel, azúcar y leche condensada de forma alternada, cuerdas atadas al pomo
de la puerta para facilitar la oscilación de la cuna, muñequitos de diversos
tipos… mis padres ya no sabían que hacer para que dejara de llorar, porque los
diversos pediatras que me veían decían que no tenía aparentemente nada malo,
que sencillamente era así de insomne y de coñazo. Hasta que un día a mi padre
se le ocurrió pinchar “Shine on you crazy diamond” mientras intentaba dormirme
en brazos. Según él en cuanto empezó a
escucharse ese progresivo surgir de la música desde el silencio, esa guitarra,
mi cuerpo empezó a relajarse, a destensarse, y me quedé dormido. Me puso en la
cuna, la acercó a los altavoces y ahí fue donde me tragué por primera vez el
Wish you were here enterito, en silencio, en paz. Ese fue el inicio de mi
relación vital con Pink Floyd.
Pocos años después del evento del
programa de radio que acabo de contar, tendría unos 15 años, dos chicas “luchaban”
por salir conmigo. Ambas querían impresionarme haciéndome el mejor regalo que
jamás me podría hacer nadie. La primera era (y es) pianista y sabía que adoraba
a Mozart, especialmente la sonata 11 K.331. Durante un mes estuvo ensayando en
secreto para tocarla para mí, desnuda. Con la distancia de los años me parece
casi obsceno recrearme en la imagen de aquella niña con cuerpo de mujer plena,
sentada frente a su piano tocando para mí los más de 20 minutos de esa
bellísima sonata. Aquel regalo me sublimó, me encantó, me invadió la misma
sensación de siempre, la de porqué se molesta alguien en hacer algo así para mí que no soy nada.
Sin embargo fue la segunda chica
la que dio en el clavo con un regalo aparentemente menos espectacular: mi
primer CD, el The Dark Side of the Moon, en contubernio con mi padre que
acababa de comprar un reproductor para nuestro equipo de música. Recuerdo
perfectamente aquel día en el que mientras mis padres veían en sus
correspondientes sofás el telediario yo me senté en el suelo, detrás de ellos,
enchufé los auriculares y escuché por primera vez con nitidez extrema el sonido
de un CD, y no cualquier CD, sino aquella joya por la que suspiraba, por la que
pasaba horas sentado en el suelo diseccionando la carátula mientras mis padres
hacían su vida ajenos a mi sereno placer acústico. Aquella chica, la que me
regaló el CD, fue mi primera novia seria con la que estuve muchos años hasta
que la curvatura del tiempo y la madurez nos lanzó por caminos distintos de la
vida.
Moraleja: Si alguno de vosotros
conocéis el nombre de aquel programa de radio o de aquel locutor por favor
decidle que la canción la elegí YO SOLITO.
No se que programa seria, pero siendo de la misma quinta, año arriba o año abajo que tu, tengo muchos recuerdos de escuchar radio 3 y pink Floyd por aquella época. Lo que si recuerdo es cuando escuche por primera vez a los planetas en el programa de Julio Ruiz y como años más tarde cuando ya adoraba super 8, una tarde mientras retozaba desnudo en el sofá del piso/picadero de mi tía la de Miami con mi primera novia , escuché a los planetas tocando una versión de un tal Syd Barrett. Ese día mi vida cambió y no se porque te cuento esto, pero contado esta.
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