lunes, 31 de agosto de 2015

Josefa María de las Llagas de Jesús Crucificado


El primer día en el que realmente fue consciente del nombre que le habían puesto sus padres maldijo cielos y tierra. Y es que hay que ser muy cabrón para ponerle de nombre a tu hija Josefa María de las Llagas de Jesús Crucificado. No teniendo bastante con eso, Josefa María de las Llagas de Jesús Crucificado, a la que a partir de ahora nos referiremos por comodidad como Josefa, tenía problemas con la reflexión de la luz. Josefa estaba borrosa, si la mirabas fijamente la veías como a través de los agujeritos de una media puesta en la cabeza, como se veía Sara Montiel en la tele, glamourosamente difuminada pero sin trucos. Por si fuera poco tenía el pelo muerto, la piel blanca como la cal y sólo era feliz poniéndose la ropa de su abuela, una diminuta señora llamada Inegunda que medía 1,40m.

Josefa María de las Llagas de Jesús Crucificado tenía una relación muy especial con la sangre de la gente, soñaba con bañarse en ríos de sangre humana para poder sentirse algo viva. Pasaba los días observando el casi imperceptible palpitar de la aorta en los cuellos de los vecinos del pueblo. Ni que decir tiene que nunca había probado esa sensación, era una sanguinaria cobarde, depresiva y difusa, no había matado a nadie. Aún. Cuando era pequeña se divertía crucificando gallinas en las puertas del corral y clavándole cuchillos evocando al tal Longinos. Se lo pasaba superbién. La putada fue cuando la pillaron, no sólo porque se le acabó el rollo, sino porque su padre tuvo que pagar al dueño todas y cada una de las gallinas torturadas, y dicho cargo se lo pasó a su hija traducidas las pesetas en hostias.

Ya de adolescente Josefa pensó que ya que era una cobarde para matar a personas y bañarse en su sangre, quizás sí que era valiente para dar vida a otras. De semejante razonamiento irracional nació de inmediato su obsesión por quedarse embarazada, de quien fuera, daba igual. Trazó un plan cuya belleza radicaba en su sencillez: ir a un pub, acercarse a algún chico guapo de la barra, invitarle a una copa y decirle que la dejara preñada allí mismo. No podía fallar.

Un 23 de julio, con una calor que te cagas, Josefa María de las Llagas de Jesús Crucificado se dirigió al pub Sueños 3 que había en el pueblo para poner en marcha su plan (el Sueños 1 y 2 los cerró Sanidad debido a una plaga de chinches y cucarachas azules). Estaba espectacular con su pelo pegado a la cara, una camisa raída de su abuela con las mangas que le llegaban al codo y una falda negra de raso. Por supuesto iba sin bragas, no se podía parar a perder el tiempo en nimiedades. El enjambre de clientes que pululaba por el Sueños 3 era tal que Josefa pasaba completamente desapercibida a pesar de su efigie borrosa y difuminada. Allí había gente con la cara tatuada de piel de leopardo, gente que se había trasplantado el cerebro a la palma de la mano para poder dar hostias razonables, osos pardos con sus oseznos tomando zarzaparrilla y personas ingrávidas que flotaban por la estancia descojonadas de risa pasándoselo superbién como globos llenos de helio.

Josefa rápidamente advirtió que un chico guapísimo estaba en la barra, solo y sin beber nada, mirando a la nada. ¿Te puedo invitar a una copa? le dijo, y él aceptó rápidamente pues no tenía dinero, un vodka con zumo de naranja por favor. Marchando. Se bebió media copa de un trago, y en cuanto intentó sin éxito enfocar la cara de Josefa se bebió la otra media del tirón. Sin tiempo para que el vodka hiciera efecto en su organismo, Josefa María de las Llagas de Jesús Crucificado se lanzó en tromba y le arrojó sus intenciones a la cara: “Oye, que necesito que me folles y me dejes preñada aquí y ahora mismo”. Los ojos de él se mantuvieron dentro de las cuencas de milagro, pues del susto que se llevó casi se le salen, pero eso sí, la presumible contención muscular que los cuerpos comedidos ejercen ante la sorpresa no pudieron evitar que el vaso del consumido vodka con naranja se redujera a añicos ante la presión de su mano crispada, clavándose cientos de esquirlas de cristal en la palma. La sangre empezó a chorrearle por los brazos, por la barra del bar, goteando en el suelo. Pronto se formó un inmenso charco de sangre, y es que aquel hombre padecía una rara dolencia que consistía en la generación ilimitada de sangre por defecto de plaquetas y exceso de inmortalidad. Por favor, dijo él, búscame unos puntos de sutura porque como no cierre las heridas de la mano vamos a morir todos ahogados en mi sangre. Los que flotaban ingrávidos se carcajeaban de los que se subían a las mesas y a las sillas para evitar mancharse de esa inundación sanguinolenta que estaba empezando a preocupar a la clientela del Sueños 3. 

Josefa reaccionó con prontitud a aquella escabechina, desgarró la vieja camisa que llevaba puesta de su abuela y le hizo un eficacísimo torniquete que en cuestión de segundos detuvo la hemorragia que ya estaba alcanzando niveles de manguera de bomberos a toda presión. El desgarro de la camisa dejó a la vista sus enormes tetas blancas cual monja de clausura, que salpicadas de sangre provocaron una inesperada erección en aquel chico guapísimo. ¿Cuál es tu nombre, guapo? Todos me llaman Jesús, aunque mi nombre real es Dulce Nombre de Jesús Transfigurado en su Gloria. Conforme Jesús iba desgranando uno a uno los títulos que conformaban su verdadero nombre, Josefa notaba como el amor iba licuándose por el interior de sus muslos hacia abajo. Sin duda era el hombre de su vida. Pues yo me llamo Josefa María de las Llagas de Jesús Crucificado y ya no quiero que me dejes preñada, quiero que me llenes la bañera de casa de sangre para bañarme en ella a ver si así dejo de estar borrosa. Qué digo bañera, me vas a llenar la piscina de mi vecina de sangre para nadar y hacerme unos largos. La única pega, el único problema que veo así a priori es que tendremos que matarlos a todos, porque no creo que les parezca bien que yo, su vecina la rara, venga así de buenas a primeras a llenar su piscina de sangre humana y nadar plácidamente como si tal cosa. No te preocupes Josefa María de las Llagas de Jesús Crucificado, los mataremos a todos juntos tú y yo, y viviremos nuestra vida de una forma sangrienta y difuminada, el sentido de mi vida es el de la expulsión de hematíes, no concibo la vida sin dejar hematíes míos por todos lados. Y sin tetas, unas bien blancas y bien gordas tampoco.  Ays que bien Jesús, no sabes cuanto te quiero. Y yo a ti, Josefa, y yo a ti.

Y fueron perdices y comieron felices.

viernes, 28 de agosto de 2015

Hablame / Inspira el aire



Creo que tenía unos 13 o 14 años cuando sucedió lo que voy a contar a continuación, es decir, de esto hace más de 25 años, por lo que espero disculpéis de antemano las lagunas. Estaba solo en casa, mi hermano ya vivía en Granada haciendo sus estudios de físicas y mis padres se habían ausentado, probablemente para ir a misa porque creo que era domingo, y yo, tras la clásica discusión con mi padre por mi negativa a acompañarles, me quedé en casa escuchando Radio 3. 

Escuchaba un programa del cual no recuerdo el nombre, su contenido se centraba en palabras contenidas en títulos de canciones. El locutor elegía una palabra, por ejemplo “Recuerdo”, y pinchaba algunas canciones cuyo título contuviera esa palabra: “Recuerdos de una noche” de Triana, “Entre mis recuerdos” de Luz Casal, etc.  A continuación se  abrían los micrófonos al público, entraban llamadas en directo donde los oyentes apuntaban canciones que contuvieran esa palabra y que el locutor no hubiera contemplado en su selección. 

Pues bien, aquella mañana la palabra elegida era “Respirar” o similares. Fui escuchando atentamente todas las canciones que iban poniendo que contenían esa palabra, una tras otra, y después la de los oyentes, y mi sorpresa cada vez era mayor porque a nadie se le había ocurrido poner “Breathe” de Pink Floyd, la primera canción del magistral The Dark Side Of The Moon. Miré al teléfono fijo, ese modelo Teide blanco viejuno que teníamos entonces en casa, tenía el número del programa, quería llamar, DEBÍA llamar, pero estaba cagado de miedo, me daba una vergüenza que me iba a morir. 

Hice de tripas corazón y llamé, el teléfono en una oreja y un auricular del equipo de música en la otra. Cuando me escuché a mí mismo en la radio me entró una especie de sudor frío, me moría de miedo a hacer el ridículo con un tesoro tan valioso entre las manos como esa canción de Pink Floyd frente a las mierdacas que estaban poniendo. En cuanto escucharon mi tono de voz el locutor me dijo “ay, ¿cuántos años tienes bonico?” y le dije los que tenía, no recuerdo, pero creo que aún estaba en EGB, se notaba claramente que era un niño. Cuando me preguntó por la canción le dije que si importaba que fuera en inglés, y me dijo que no importaba, y le dije “Breathe, de Pink Floyd”, a lo que el locutor hizo un sonido de aprobación diciendo “¡claro!, está el programa a punto de acabar y nadie había hablado de ella, me alegro que hayas sido tú, pero no se llama “Breathe”, se llama “Speak to me/Breathe (in the air)” ¿te lo ha dicho tu mamá o tu papá?” y yo respondí “¿CÓMO?, estoy solo en casa y he sido yo solito el que la he seleccionado, escucho tu programa todas las semanas”. Se oyeron risas de fondo y me sentó realmente mal, no solo porque no me creyeron sino porque no había dicho el título de la canción correctamente, y odio equivocarme. A continuación y para quitar hierro al asunto me preguntaron que qué tiempo hacía por mi pueblo, les respondí que llovía a mares (mientras veía el sol lucir esplendoroso a través de la ventana del salón de mi casa) y colgué. Seguí escuchando por los auriculares los comentarios jocosos sobre ese crío al que alguien presuntamente había chivado esa canción de Pink Floyd. 

Y pusieron la canción, esa canción, ese disco y ese grupo que me ha acompañado toda mi vida. Llevaba bastante tiempo sin oírla y lo estaba deseando. No tenía el vinilo (no tenía pasta), tenía una cinta grabada que mi hermano se había llevado a Granada sin hacerme una copia, porque no teníamos cassette de doble pletina. El CD era entonces objeto de lujo y yo no tenía ni uno solo, ni reproductor de CDs tampoco. Cuando empezó a sonar la primera parte del “Speak to me”, con los latido del corazón, la respiración, los gritos, el dinero, el tiempo sentí lo que llevo sintiendo desde siempre que me enfrento a esa canción: placer en flotación.

Nací justo entre el “The Dark Side of the Moon” y el “Wish You Were Here”, éste último lo compró mi padre cuando yo tenía un añito, un añito horroroso para mis ellos, pues era el típico niño porculero que no dormía ni un solo minuto por las noches. Chupetes mojados en miel, azúcar y leche condensada de forma alternada, cuerdas atadas al pomo de la puerta para facilitar la oscilación de la cuna, muñequitos de diversos tipos… mis padres ya no sabían que hacer para que dejara de llorar, porque los diversos pediatras que me veían decían que no tenía aparentemente nada malo, que sencillamente era así de insomne y de coñazo. Hasta que un día a mi padre se le ocurrió pinchar “Shine on you crazy diamond” mientras intentaba dormirme en brazos.  Según él en cuanto empezó a escucharse ese progresivo surgir de la música desde el silencio, esa guitarra, mi cuerpo empezó a relajarse, a destensarse, y me quedé dormido. Me puso en la cuna, la acercó a los altavoces y ahí fue donde me tragué por primera vez el Wish you were here enterito, en silencio, en paz. Ese fue el inicio de mi relación vital con Pink Floyd.

Pocos años después del evento del programa de radio que acabo de contar, tendría unos 15 años, dos chicas “luchaban” por salir conmigo. Ambas querían impresionarme haciéndome el mejor regalo que jamás me podría hacer nadie. La primera era (y es) pianista y sabía que adoraba a Mozart, especialmente la sonata 11 K.331. Durante un mes estuvo ensayando en secreto para tocarla para mí, desnuda. Con la distancia de los años me parece casi obsceno recrearme en la imagen de aquella niña con cuerpo de mujer plena, sentada frente a su piano tocando para mí los más de 20 minutos de esa bellísima sonata. Aquel regalo me sublimó, me encantó, me invadió la misma sensación de siempre, la de porqué se molesta alguien en hacer algo así  para mí que no soy nada.

Sin embargo fue la segunda chica la que dio en el clavo con un regalo aparentemente menos espectacular: mi primer CD, el The Dark Side of the Moon, en contubernio con mi padre que acababa de comprar un reproductor para nuestro equipo de música. Recuerdo perfectamente aquel día en el que mientras mis padres veían en sus correspondientes sofás el telediario yo me senté en el suelo, detrás de ellos, enchufé los auriculares y escuché por primera vez con nitidez extrema el sonido de un CD, y no cualquier CD, sino aquella joya por la que suspiraba, por la que pasaba horas sentado en el suelo diseccionando la carátula mientras mis padres hacían su vida ajenos a mi sereno placer acústico. Aquella chica, la que me regaló el CD, fue mi primera novia seria con la que estuve muchos años hasta que la curvatura del tiempo y la madurez nos lanzó por caminos distintos de la vida.

Moraleja: Si alguno de vosotros conocéis el nombre de aquel programa de radio o de aquel locutor por favor decidle que la canción la elegí YO SOLITO.











lunes, 24 de agosto de 2015

Un segundo

Publicado en el blog https://dekrakensysirenas.wordpress.com el día de Santa Rosa de Lima de 2015

Es el segundo en el que se detiene el tiempo, el segundo en el que se concentra toda la eternidad y la respiración cesa. Los músculos se tensan sin posibilidad alguna de defensa ante el ataque masivo de placer que estamos a punto de sufrir. Es el segundo en el que los pájaros hunden su cabeza hasta el fondo de la negra flor que se abre extasiada en su máxima amplitud. Es ese instante en el que las personas flotan y concentran todos sus sentidos en la pasión hedonista del disfrute más absoluto. Es el momento húmedo por excelencia, justo ese instante en el que los sabores cambian, las extremidades se entumecen, la piel se agolpa bajo las uñas, las sábanas se empuñan con fuerza y la mente se deshace de todo lo ajeno a la celestial consecuencia del deseo. Es ese el segundo que condujo a Satie a desencriptar los rayos de luz del amanecer y a Bach a conciliar el sueño de Goldberg.

Es ese segundo en el que las pasiones se entrelazan y se anudan en algo que dura para siempre, el amor fugaz que pretende y desea ser permanente, duradero y verdadero. Es ese instante el lapso que separa la unión de la eternidad, el antes del después, la inundación de la sequía, el derrame y el colapso. En ese segundo conseguimos recorrer largos trechos de ida y vuelta hacia tierras legendarias de antiguos faraones. En ese momento las pieles erizadas dejan de friccionar como premonición de lluvia. El segundo en el que olvidas que yaces en un colchón tirado sobre el suelo en una vivienda huérfana de todo tipo de mobiliario. Ese instante de silencio que hace enmudecer el estruendo de la calle, el segundo en el que las manos se crispan y arrancan los gemidos rojos del alma. La rigidez del amarillo cede justo en ese momento en el que las gotas de sudor condensadas arquean la espalda. Es ese instante en el que con los brazos en cruz dejamos caer nuestro cuerpo hacia atrás sobre un campo lleno de flores multicolor.

Ese es el segundo que demuestra que llevamos toda la vida esperando compartirlo juntos, y los posteriores, y los anteriores a través de hechizos que volteen el tiempo que tuvimos que estar unidos y lo malgastamos en otras vidas. Porque no hay nada en nuestro interior que quiera que ese segundo termine. Es la pasión y el amor encerrados en la cárcel del espacio-tiempo que nos separa lo que hace que el segundero nunca avance y se quede estancado justo ahí, en las bocas entreabiertas, en los ceños fruncidos, en la desesperación del amor salvaje que cabalga sobre nuestras espaldas.

Es ese segundo en el que quiero vivir para siempre dentro de ti.