viernes, 21 de noviembre de 2014

La duquesa y el vagabundo



El último aliento de vida de Domingo Pérez fue a parar al interior de un casi finiquitado tetrabrick de vino Don Simón. Domingo odiaba ese vino, pero era la sustancia más accesible con la que podía intoxicarse con lo poco que sacaba aparcando coches en las cercanías del saturado centro de salud de la Macarena. Murió sentado en el suelo, con su cabeza apoyada justo en el centro de la letra O de esa desdibujada pintada que rezaba YENI TE KIERO. Los piojos, las liendres y las garrapatas pronto comenzaron a abandonarle iniciando su grave caminar en dirección a otro ser vivo, allí ya nada tenían que hacer salvo dejar un buen legado de larvas que devoraran la carne de Domingo Pérez, el malogrado mendigo de barba florida del sevillano barrio de la Macarena. La gente pasaba de largo dejando de lado el cuerpo sin vida de Domingo, sin hacer caso, sin prestarle la más mínima atención; estará dormido, estará borracho, menuda basura, que lástima, pobre hombre, vaya estorbo, da asco eran los piropos que los alegres vecinos de ese vetusto barrio sevillano dedicaban a su cuerpo inerte. La espesa barba, la larga melena y la boina remendada ocultaban el hecho de que Domingo ya no respiraba, ya no vivía, ya no intercambiaría más moléculas de carbono con la atmósfera ni volvería a ver la cara de la Esperanza Macarena, esa Señora que impasible reina para siempre en el arrabal del mismo nombre.

Un policía que salía de turno fue el que se dio cuenta de la luctuosa nueva respecto a Domingo, el gorrilla que jamás había provocado un altercado, el que siempre estaba borracho de vino Don Simón, que fumaba colillas que la gente tiraba a medias y que comía de lo que iba encontrando en la basura. Una ambulancia llegó sin prisa alguna al lugar, y un sanitario delgado como el suspiro de una golosina recogió el cadáver, lo montó en la camilla y lo metió en la ambulancia dejando un rastro de gotas negras, como esas que dejan las bolsas de basura camino del contenedor cuando contienen algo a medio vaciar. Qué asco, cómo me va a poner este tipo la ambulancia, habrá que desinfectarla, pensaba el cadavérico enfermero.  Hospital, morgue, depósito de cadáveres y a esperar a que alguien reclamara el cadáver. Obviamente, nadie apareció.

La mañana de aquel soleado 21 de noviembre de 2014 en Sevilla fue el día elegido para que las llamas volatilizaran para siempre los restos del pobre Domingo Pérez. Una generosa y bonita combustión le redujo a cenizas, el alcohol había permeado tanto durante años y años hasta el último átomo de su cuerpo que ardió extraordinariamente bien, tanto que el responsable de la incineradora decidió hacerse una selfie en la puerta del horno con las llamas de fondo, y lo colgó en Instagram, “mendigo flamígero” tituló su post.  Cuando la temperatura descendió y se situó dentro de los límites de lo humanamente razonable, el incinerador recogió las cenizas, pero no todas, es atómicamente imposible recoger todos los restos, siempre queda algo que se une a las cenizas del siguiente finado consumido por las llamas. Cuando el encargao de la incineradora cerró la puerta y partió con la mayor parte de las cenizas de Domingo Pérez, él miraba desde el interior de la incineradora; joder, soy ceniza y sigo consciente, ese chico se han llevado gran parte de mi ceniciento cuerpo en un tarrito pero mi consciencia, la escama de ceniza donde reside mi seso, mi inteligencia, el ser, la existencia aquí está, en una especie de horno microondas enorme, todo muy metálico y muy bonito. A ver qué hago ahora, soy ceniza, inerte, no puedo moverme, sólo pensar…

La escama consciente y cenicienta de Domingo Pérez pasó horas reflexionando, pensando, cavilando sobre su nueva situación; joder que bien me vendría ahora un traguito de vino Don Simón, o de otro mejor incluso, estoy nervioso, pero hay un problema, el vino tiene alcohol y no puede convertirse en ceniza, se volatiliza, el alcohol se sublima en la atmósfera y ya nunca más podrá ocupar el interior de mi cuerpo, pero qué digo, si no tengo cuerpo, ains, que vida esta, qué digo vida, si ya no tengo vida, estoy muerto, ¿o estoy vivo? 

En mitad de la angustiosa tormenta de reflexiones de Domingo Pérez, de la  porción de ceniza que albergaba su conciencia, se abrió la puerta del horno. Una lúgubre muchedumbre enlutecida asistía cabizbaja a la introducción en la incineradora del cuerpo de una noble señora fallecida, una señora mayor, un ser humano femenino muy viejo, de pelo blanco y ricos ropajes adornados por un blasón antiquísimo con un ajedrezado de plata y azul. Joder, no-me-jodas, ¡es la Duquesa de Alba!, está encima mía, y muerta, y la van a incinerar. Se va a derretir y consumir encima de mí, que mal rollo por Dios, ¿no tuviste bastante dándome esta vida de mendigo de mierda como para encima hacerme pasar esto?, madre de Dios, Virgen de la Macarena, Señora del Santísimo Rosario, las cosas que tiene que ver uno incluso después de muerto.

Sus pensamientos se interrumpieron con el golpe sordo del portalón del horno seguido de una intensísima llamarada cegadora. La señora Duquesa empezó a gotear y derretirse encima de la esquirla de Domingo, a su lado iban cayendo trocitos de pelo requemado, trozos de oreja, una perla, un diente, y así sucesivamente. Pero no tenía calor, las cenizas no pasan calor, son productos de la combustión y por lo tanto son sustancias incombustibles, como las sales minerales. Las llamaradas se intensificaban, la materia se retorcía, se compactaba, implosionaba y se inorganizaba, ceniza a la ceniza, polvo al polvo.

Hola, ¿hay alguien?, ¿quién habla?, hola, mi nombre es Domingo ¿y el tuyo?, me llamo Cayetana, bueno, Cayetana y un montón de nombres más, pero qué más da si ya estoy muerta, o al menos creo que ayer morí, pero no sé muy bien donde estoy ahora ni que hago ni quién es usted, ¿es esto el cielo? ¿el infierno? ¿el purgatorio?, No señora, no, estamos en la incineradora, mi nombre es Domingo Pérez, borracho y mendigo de la Macarena para servirla, me quemaron hace un rato y se dejaron aquí la parte esencial de mi consciencia encerrada en una escama de ceniza, por lo que veo usted aún es un montoncito bastante apañao de ceniza, supongo que como el horno está aún muy caliente no han abierto la puerta y se han presentado con el cepillito y la urna para que se la lleven a usted, Uy pues vaya, no sabía yo que siendo ceniza se iba a estar tan bien, no hace frío ni calor, se está como blandito, ¿tiene usted hora?, pues no la verdad, nunca tuve reloj ni me interesó la hora que era, sólo miraba al cielo y escuchaba a mi estómago para saber más o menos en qué arco horario me movía, y si antes me preocupaba poco imagínese ahora, ¿para qué quiere usted saber la hora, señora, si ya está muerta?, No mire usted, es que van a dividir mis cenizas, la mitad se la van a llevar a un panteón familiar que está en Madrid y la otra mitad la van a dejar aquí en Sevilla, en una capilla expresamente dedicada a mi persona en la iglesia de Nuestro Padre Jesús de la Salud y María Santísima de las Angustias Coronada, la hermandad de los Gitanos, ¿la conoce usted?, Uy vaya si la conozco, Alberto Gallardo, el que fuera legendario capataz del palio fue compañero mío de colegio, No me diga usted, Sí que le digo, es más, los dos o tres años que me contrataron de camarero en el bar de la plaza San Marcos él intentó ayudarme y me metí de costalero en el palio, No me diga que usted llevó a La Madre sobre sus hombros, Pues sí que le digo señora, yo he hecho levantás al cielo con la Señora que me vibraba hasta la médula espinal del alma, Qué bonito, Óle, Pero oiga ¿y usted que va  a hacer ahora?, Pues no sé, esperar a que me cepillen y me limpien y me tiren al wc, o no sé, ¿Se viene usted conmigo?, ¿Yo con usted señora? ¿a dónde?, a mi capilla de la iglesia de los Gitanos, únase conmigo, intérnese en mi cenizas y vayámonos juntos, me ha caído usted muy bien y sola me voy a aburrir, así podemos charlar durante el resto de la eternidad, parece usted un hombre bueno, Soy un hombre bueno señora, solo que tuve muy mala suerte en vida, justo lo contrario que usted, que tuvo mucha suerte, pero no me malinterprete, que yo también pienso que usted es una buena persona, Que bien me cae usted Domingo, ¿es usted creyente?, Pues señora, me agrada que me haga esa pregunta, a pesar de la vida de mierda que he llevado sí que me sigo arrodillando ante la madre Macarena y el Señor de la Sentencia, serán costumbres raras pero a mí aún me siguen produciendo mucho respeto, No me diga usted más, se viene usted conmigo a mi capilla, ¿quiere?, Venga, vale, pero señora, Dígame, Hay una cosa que me inquieta, el miércoles de ceniza le dicen a uno que tiene que convertirse en polvo, y es eso lo que ha ocurrido con usted y conmigo, ya somos polvo, hemos cumplido, hasta ahí bien, y ahora usted quiere que me una a su materia restante, quiere que seamos dos polvos que se unen, sobre el papel usted me está proponiendo que le eche un polvo, mi polvo, y perdone usted mi atrevimiento, No se preocupe que le entiendo y no le malinterpreto, podemos echar un polvo, qué cosas tiene la vida, un polvo postmortem entre una duquesa y el mendigo, suena a cuento y a fantasía, Qué bonito, Óle, Que pena no poder bailar unas sevillanas, ¿conoce usted a alguna ceniza que baile sevillanas?, Que va señora, además es imposible, en los careos de la cuarta los dos cenicientos bailaores saldrían volando y nunca llegarían a acabar, serían unas sevillanas inconclusas, imposibles, Bailemos pues con la mente si le parece, Venga.

El plateado cepillo con el blasón de la casa de Alba barrió todas las cenizas del interior de la incineradora dejándola limpia como un jaspe, hay clases y clases. La totalidad de la consciencia de la duquesa y la escama cenicienta de Domingo Pérez viajaron juntas al interior de la jarrita de alabastro blanco, la jarrita que iba a ser depositada en la capilla de la iglesia de los Gitanos, no se sabe cómo pero Domingo y Cayetana se las ingeniaron para que las cenicientas consciencias no se separaran y se depositaran en la jarra correcta, la otra, la jarrita de mármol rosa que iría a Madrid no era una buena opción, Domingo nunca había estado allí, pero si en algo coincidían es que ambos llevaban a Sevilla dentro de sus corazones, de las cenizas que quedaban de ellos, claro.

Unas explosiones fortísimas se escuchaban en la calle Verónica, gritos y relámpagos interrumpidos por aterradores silencios sepulcrales. Cayetana ¿qué ocurre?, ¿Cómo quieres que lo sepa, Domingo? los años que llevamos aquí en la capilla me han hecho agudizar los sentidos y detectar cosas como el color de la casulla del cura, el perfume que llevan las señoras de la primera fila o incluso el número de niños que lloran dentro de la iglesia, pero de lo que ocurre fuera ni idea, los muros son infranqueables para mi cenicienta consciencia, no sé, suena como a guerra, como a un caos desasosegante, esta iglesia del Valle es tan visceral y plomiza que las cosas de fuera retumban dentro de forma atronadora, ay Domingo, que para mí que estamos en guerra otra vez, al final los rojos y los azules han vuelto a tirarse a los ojos, se van a matar, van a morir inocentes. Cayetana, escúchame mi arma, la gente es tonta, el ser humano alberga de forma innata la incapacidad de ser feliz, todo el mundo quiere lo que no tiene, que es justo lo que el vecino de enfrente posee, y así no Cayetana, así vamos a estar matándonos toda la vida, bueno, mejor dicho, van a estar matándose toda la vida, con lo fácil que es disfrutar de lo que uno tiene, de las cosas que nos hacen sonreír, del mecer de las ramas de un árbol al son de la brisa, de los monumentos antiguos, de los recortes que venden las monjas, de las risas tontas de los enamorados, de las sonrisas sinceras de los niños pequeños, del chirriar de las ruedas de los coches de caballos, del olor a café de los bares que ponen desayunos, del olor a incienso en Semana Santa, del color de la tierra cuando llueve, del mar oscuro cuando es de noche. ¿Sabes qué, Domingo?, que llevas razón, dejemos a los vivos con los asuntos de los vivos, nosotros a lo nuestro, aquí  junto a la Virgen de las Angustias y al Señor de los Gitanos, tízname con la voz de tu pensamiento, sigue acompañándome hasta el fin de los tiempos, bésame.



viernes, 7 de noviembre de 2014

69,4 Km



La borrasca finalmente pasó y el cielo se despejó dejando al aire todas sus vergüenzas estrelladas. No hacía demasiado frío así que allí estaban ellos, los que lloran y ríen, los que viven deslumbrados por el destello de la suerte, sentados frente  al  sonido descontrolado del rompeolas y con los pies hundidos en la profunda oscuridad de aquella noche sin luna. Cada uno abrazaba sus propias piernas flexionadas, mirada al frente, intuyendo el  onírico brillo de los pesqueros que engañan a los peces con sus luces. Y se hablaban, tranquila y pausadamente, sin mirarse, pero se hablaban y gesticulaban con parsimonia.

Las monedas ya no son lo que eran. Antes, en una de sus dos superficies mayores aparecía la cara de alguien, presuntamente a quien echar la culpa de todo, pero hoy ya no, la mayoría de monedas tienen dibujitos por ambos lados, y ninguno de los dos quiere ser el responsable de tomar decisiones delegadas por indecisos. Para aquellos que estaban sentados la moneda permanecería enterrada en la arena como pecuniaria hacha de guerra, nunca se sabría cuál de los dos dibujitos podría ser mejor, ¿el que parece una cara o el que se parece menos aún a una cruz?. Las monedas viven su cuantificada vida condenadas a girar en el aire y decidir por nosotros los indecisos , o uno o el otro, los dos a la vez es imposible, aunque claro, existe una minúscula posibilidad de que la moneda caiga de canto, la tercera y menor de las superficies que componen una moneda, o de que no caiga y se la lleve un pájaro en el pico, o que alguien la atraiga con un potentísimo imán desde la distancia para hacer la gracia, pero no, esas posibilidades remotas no las tienen en cuenta. Damos vida a nuestro destino lanzando monedas al aire, ¿qué tienen que hacer las monedas para que dejen de ser unas oprimidas y azarosas decisoras de destinos? 

Con un imperceptible asentimiento de sus cabezas zanjaron el tema de la moneda  justo en el momento en el que pasó un coche que les deslumbró con los faros. Mantuvieron el tipo como los que creen que no están haciendo nada malo, aunque sí que lo están haciendo. No hacían el mal en sí mismo, de forma intrínseca, hacían un mal oculto, pasional, endiabladamente poblado de sensaciones que les llevaría a devorar la madrugada y a chupetear los huesos de las luces del alba. Pero no puede ser.  Quieren gritar a la noche, maltratarla, elevar una enorme aguja hacia el cielo y reventar el atezado globo cenital, que el estallido derramara la noctámbula tinta sobre sus caras, resbalando por sus mejillas, por sus labios y sentirse como libros deconstruidos, carnes que juegan a ser papel y tinta que emborrona los indómitos deseos que les poseen. Pero el tic-tac del reloj es el patético compañero que les resta solución de continuidad una vez tras otra.

La noche estrelló sus cuerpos el uno dentro del otro con el silencio como abrigo y con el relampagueo de los faros de xenón como aura. Un beso y adiós, la tinta derramada les había oscurecido hasta límites insospechados y así retornarían a sus vidas con los ojos entornados y con el corazón hirviente y helado. Nadie sabe lo que ocurre, nadie sabe lo que ocurrió y sobre todo nadie sabe lo que ocurrirá. Solamente hubo un testigo, un mosquito que se fue con ella, la acompañó en la oscuridad y, que curioso, acabaría recuperando la libertad en el lugar donde descansan los muertos.