Es de esa clase de Josés que odian que le
llamen Pepe, él es un José notable, canónico, singular, no un vulgar “Pepe”. Estudió una ingeniería, su mujer trabaja de
cajera en Carrefour y el punto central de su vida no son sus hijos sino el
hecho de que los tiene metidos en un colegio privado carísimo. Su mesa de
trabajo está forrada de fotos de sus hijos con el uniforme del colegio privado
carísimo, su foto de whatsapp es una foto de sus hijos con el uniforme del
colegio privado carísimo, su perfil de Facebook es una foto de sus hijos con el
uniforme del colegio privado carísimo. Encima de su escritorio tiene propaganda
del carísimo colegio privado de sus hijos por si cualquiera que pase por su
mesa tiene a bien meter a sus hijos en el carísimo colegio privado de los suyos.
Las palabras “carísimo” y “privado” le subliman, orbitan alrededor de su
pequeñísima cabeza como una suerte de satélites perfectamente sincronizados.
Realmente no es que tenga la cabeza pequeña, es
que su cuerpo es inmenso, ovoide, una especie de Papá Noel que ni viste de rojo
ni tiene barba. Si le analizamos de arriba hacia abajo, como si le hiciéramos un
TAC, su diminuta y rala cabeza se ancha por la parte de la papada, dando paso a
unos hombros estrechísimos que poco a poco van anchándose hasta llegar al cénit
de su cuerpo que es la barriga, su parte más notable. El punto central de su cuerpo está marcado por
la notable hebilla del cinturón que suele colocar con precisión en el centro
geométrico del triángulo que forman pezones y ombligo. Su inmenso culo
es ya ligeramente menos ancho que su barriga, es un culo trapezoidal, sin
embargo la comentada situación de la hebilla hace que los pantalones se hundan
en la raja de ese magno culo y a un mismo tiempo en esa cuerda que separa ambos testículos, distinguiendo
perfectamente la situación de sus dos cojonazos a simple vista, dos testículos, dos hijos, ambos en
un colegio privado carísimo donde estudian chino, ruso, alemán, inglés,
francés, azerbaiyano y urdú. La línea que desciende desde sus caderas hasta sus
tobillos es endiabladamente vertiginosa, hundiendo sus piernas en dos diminutos
tobillos y un minúsculo pie que probablemente no llegue a un 35. Una barbilla
debidamente alzada, una mirada de perdonavidas, una sonrisa amplia, confiada y
sarcástica adornan su blancuzca cara perfectamente afeitada. Las camisas de cuadros pasadas de moda y los
pantalones anchísimos de pinzas de un triste color beige-muerte conforman el contrapunto textil de este formidable personaje que tiene dos hijos en un colegio privado
carísimo en el que les enseñan gramática, trigonometría, física cuántica,
medicina nuclear, astronomía, aeronáutica, literatura, ingeniería,
arquitectura, contabilidad, marketing, psicología, diplomacia, interpretación
de los sueños, manejo del ábaco, deontología, teología, historiografía historiada,
química, biología, teoría del caos modificada
y veterinaria aplicada haciendo prácticas con dummies del gato de Schrödinger.
El canónico José de acento en la “e” (los
Jose con la sílaba tónica en la “o” son igual o más vulgares que los Pepes)
nunca va a tomar café con los compañeros, no le gusta mezclarse con la chusma,
no habla con nadie, él se dedica a hacer su dificilísimo trabajo, mirar una
pantalla con tres cuadrados, uno rojo, uno ámbar y otro verde. Cuando es el verde el que se ilumina no tiene que hacer nada, cuando se enciende el ámbar retiene
el pipí y cuando se enciende el rojo tiene que marcar un número de teléfono,
esperar el tono de llamada, esperar a que lo cojan, decir la palabra “Rojo”,
colgar, y esperar a que el cuadrado rojo desaparezca como por arte de magia, y
si no desaparece, pasados 4 minutos y 59 segundos volver a repetir la operación
de la llamada. Su sonrisa prepotente y sarcástica sólo torna en carcajada
cuando hay algún jefe a un radio de unos 5 metros de alcance, su estómago y su
recto están repletos de semen imaginario de ellos, se excita pensándolo. Pero
hay algo que le araña la cabeza, algo que no le cuadra, sus dos jefes no
estudiaron en un colegio privado carísimo, son vulgares humanos de colegio
público. Por eso, en secreto, mantiene una cruzada con el departamento de
Derechos Humanos, que no recursos, por su derecho a ser el jefe de todos, porque
en su caso hablamos de un derecho fundamental como es el de que por fin
reconozcan que él es un ser superior a la demás chusma, un José con acento en
la e, con niños en un colegio privado carísimo cuyos uniformes luce adecuadamente, porque saben astronomía, álgebra, cálculo, finlandés y la disciplina medieval de
los samuráis japoneses que les otorgaba la capacidad de cagar haciendo
el pino. Su arte en la distinción de tonos bermellón, burdeos o granate del
cuadradito rojo que salen en la pantalla de su ordenador es admirable, él es el macho alfa, beta, gamma y así hasta el omega, o incluso alguna que otra letra más que deberían añadir al alfabeto griego en su honor.
Lo más chocante es que semejante sublimación
del Homo Sapiens es árbitro de baloncesto, siempre me he preguntado cómo se
vestirá para que no le confundan con la pelota, y ojo, que a él no le
molestaría, le encanta el baloncesto, claro está, pero jamás colaría por la
cesta esa enorme barriga, untado con aceite de oliva quién sabe, pero así en seco no. En cualquiera de los casos, lejos de cualquier cuestión
física, él es un José con niños en un colegio privado carísimo que saben chino,
japonés, árabe, microelectrónica y astrofísica, quién iba a osar cogerle en
peso y tirarle hacia una mierda de aro metálico, si fuera de oro o platino
quizás, pero ¿de vulgar hierro o acero?, vamos hombre por Dios, que sus hijos
van a un colegio privado carísimo con un precioso uniforme gris con solapas que
merece la pena fotografiar y fotografiar y fotografiar y fotografiar y fotografiar y
fotografiar. Qué vulgaridad esas de inmortalizar a tus hijos sin posar tiesos como velas con el uniforme
del colegio carísimo, que asco de gente.
Es una pena que los hijos crezcan, porque
llegará un momento en el que no vayan a un colegio privado carísimo donde puedan
aprender meditación, anatomía, natación, reflexología, primeros auxilios y
ciencias del mar, sobre todo porque él ya no podrá presumir de ello, tendrá que
educar convenientemente a sus dos hijos para que le den muchísimos nietos, y
que éstos, por favor, vayan a uno u otro colegio, da igual, pero que sea
privado y carísimo, donde enseñen materias que estén fuera del entendimiento
del vulgo, cosas sublimes, magistrales, fabulosas. A él ya no le da tiempo,
porque sus hijos tienen 7 y 4 años, es decir, ya han nacido, se enteró tarde y se le pasó
la oportunidad de meterlos en sesiones preparatorias del parto privadas
carísimas, ginecólogos y matronas especializados en educación fetal, meten su cabeza por
el coño de la madre y les dan clases de 4 o 5 horas sobre las peculiaridades
del acento británico en las colonias victorianas, sobre la melanina, sobre
filosofía trascendental, sobre sistemas digitales avanzados, sobre el cosmos, sobre isótopos radiactivos y la trascendencia del bosón de Higgs, pagando un plus incluso te hacen demos con el cordón
umbilical. Incluso ha oído comentar que una vez los protomaestros sacan la
cabeza del importantísimo coño de la madre se secan con una
toalla Lacoste, o Pierre Cardin, o Pertegaz, porque los fluidos de esos niños
que van a ir a un colegio privado carísmo deben ser recibidos como Dios manda, hierven la toalla, cuelan el líquido resultante, lo destilan y se lo regalan a sus padres en un frasquito muy cuco de color fucsia para que lo pongan en una repisita del baño, y lo miren a diario mientras cagan, y suspiren, y piensen ay mi niño, que va a ir a un colegio privado carísimo con un uniforme gris con solapas, y se sonrían, y se abracen, y follen para hacer más niños que puedan a ir a más colegios privados carísimos donde enseñen telecomunicaciones, hibridaciones de mamíferos, calculometría, la dualidad onda-corpúsculo y el teorema de Bolzano.
A lo que iba, hoy José ha llegado cabizbajo,
uno de sus dos hijos, sí, esos que van a un colegio privado carísimo, el mayor,
José como él con acento en la “e”, tiene placas, perdón, amigdalitis, “placas”
tienen los niños vulgares, esos que juegan en un parque mientras los suyos
descifran el genoma humano. Necesita un comité de expertos que le certifiquen
que la bacteria que está atacando a su hijo tenga la forma del símbolo de Nike,
o del caballito de Ferrari, o al menos no tenga barba como los perroflautas esos de mierda, que su hijo de colegio
privado carísimo tenga una bacteria vulgar es algo que le deprime. Quizás algún
niño de mierda de esos de los demás ha tocado con sus sucias manos a su mujer
mientras hacía caja en el Carrefour y la bacteria ha viajado hasta su casa,
metiéndose en los órganos de su hijo, y tiene fiebre, y se siente mal, y el
pobre niño de colegio privado carísimo está jodido. Va al médico, a ese médico
del Opus en cuya mesa hay una foto de él, sonriente con sus 14 hijos, en una
esquina de la foto, casi al margen, también está su mujer, cenicienta y de ojos tristes, pero no
importa, las mujeres son basura, esclavas, si se encuentra mal que se joda,
putas mujeres de mierda, nacen con un solo objetivo, dar por culo al macho, al
hombre, al del acento en la vocal adecuada. Las mujeres son el desgraciado trámite con el que hay que tragar para
conseguir hijos que puedas llevar a un carísimo colegio privado con un logotipo precioso, espectacular. Menudo coño el de esa tía para tener 14 hijos, un puto túnel
de autovía, que se joda esa zorra de mierda, a ver si receta un antibiótico adecuado para que el hijo deje atrás esa bacteria vulgar. Pero eso sí, que no sea
caro el antibiótico, el sueldo de su mujer de cajera del Carrefour y el suyo de
analista simplón que ve cuadraditos de colores no da para mucho, la verdad. Su
padre, militar retirado de relumbrón y amiguito de Franco es el que paga el
colegio privado carísimo de sus hijos, pero eso no lo sabe nadie, él puede
seguir su vida de analista tricolor barato sin problema, porque la gente que le
ve le admira, flipa con él. Dos mesas delante de él y un poco a la izquierda
hay sentado un señor que lleva dos cruces en los ojos, es un granaíno malafollá,
un creído, un chulo, no se le puede dirigir la palabra porque a la primera de
cambio te suelta dos frescas que te deja tieso, no le soporta, no ha conocido un tío más
borde y gilipollas en su vida, pero es irrelevante porque seguramente él también le admira. Todos le admiran. Tener hijos en
un colegio privado carísimo es lo que tiene.
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