Son varias las personas que se han interesado
por mi opinión sobre la abdicación del Rey y aquí os dejo esta reflexión
abierta.
Un trozo de tierra donde viven muchos
millones de personas singulares, cada cual con su pensamiento y forma de ver
las cosas, tiene dos posibles caminos: el orden o la anarquía. Soy persona a la
que le gusta respetar y que le respeten, me gusta el orden y la armonía en el
sentido más amplio de la palabra, y esa armonía creo que sólo se puede
conseguir codificando y ajustándonos todos a una serie de reglas que regulen la
vida. Esos son los principios básicos de un Estado de Derecho, el que se rige
por leyes y normas elaboradas entorno a la norma suprema, la Constitución.
Dentro de un Estado de Derecho respetar las
leyes no es una opción, es una obligación; máxime cuando la norma suprema ha
sido refrendada por el pueblo. La
Constitución Española fue ratificada en referéndum el 6 de diciembre de 1978 y
en ella dice que España es una monarquía parlamentaria con su sucesión prevista
en el artículo 57, que los colores de la bandera son rojo amarillo y rojo y otra
serie de cosas preceptivas. Independientemente de mis simpatías a la familia
que ocupan la corona, el sentido que tiene la institución monárquica en el
s.XXI o si el rojo y el amarillo me favorecen, creo en el orden y la armonía
y respeto la Constitución. En ese
sentido, doy la bienvenida al Rey Felipe VI y espero que bajo su mandato a
todos nos vaya un poco mejor.
La Constitución Española, como todo en esta
vida, es mejorable. Bajo mi punto de vista lo peor que tiene la carta magna es
la división de España un estado de autonomías, sería lo primero que
modificaría. Tiramos dinero a espuertas en abultadísimas administraciones
autonómicas y pesadísimos cuerpos de
funcionarios cuando las experiencias políticas de otros países nos demuestran
que la unidad no sólo hace la fuerza sino que también optimiza lo económico y
social. Desgraciadamente en este país somos muy ombliguistas y exagerados, hay
catalanes supercatalanes nada españoles, vascos supervascos nada españoles, y españoles
superespañoles igual de nacionalistas que los anteriores. En medio de todos
ellos estamos los templados, los que somos españoles porque nuestras madres nos
parieron aquí y nos rige ese bello refrán que dice que uno no es de
donde nace sino de donde pace.
Ideológicamente me siento más próximo a los ideales
de la República. La monarquía “de origen divino” y cuyo relevo se apoya en la genética
es algo que en el s.XXI huele un poco a rancio. No es que con un presidente de la
República fuéremos a estar mucho mejor, creo que seguiríamos exactamente igual,
pero al menos el Jefe del Estado sería elegido por el pueblo, algo más acorde
con un país que se autoproclama democrático. El actual Jefe del Estado está
donde está por merced de la descendencia del Rey Luis XIV de Francia, “rey Sol”
puesto ahí según él por orden divina; y por merced del dictador Francisco
Franco, quien volcó en Don Juan Carlos sus aspiraciones de continuidad
dictatorial. Afortunadamente éste giró valerosamente el timón. ¿Cambiaría ese
apartado de la Constitución? Pues psí, pero realmente no creo que sea algo
imprescindible en estos momentos, nos acucian problemas peores, el problema del paro o el de las
autonomías por ejemplo lo veo más relevante. Si de mí dependiera iniciaría un
dialogo multilateral para intentar caminar ordenadamente hacia la unidad y
disolver la rueda de molino que España tiene atada al cuello con esa memez de las
autonomías.
En España ya hubo 2 ensayos fallidos de
República, la segunda y más reciente abortada por el alzamiento militar en una
parte de España y la declaración de la revolución socialista en la otra en
1936. La II República surgió mediatizada por las consecuencias de la crisis
económica mundial de 1929, el auge de los fascismos en Europa y una alarmante
impaciencia por construir y deconstruir atropelladamente en reacción a los años
de dictadura de Manuel Primo de Rivera y el aquiescente reinado de Alfonso
XIII. Esta II República Española no es ni por asomo extrapolable a la España de
2014, ni para lo bueno ni para lo malo. Eso sí, tengo que reconocer que
estéticamente la bandera de la República me parece mucho más bonita que la actual.
Las manifestaciones republicanas con ocasión
de la abdicación de Don Juan Carlos I están en parte teñidas de populismo
alentadas por los resultados de las recientes elecciones al parlamento europeo.
La profunda crisis económica que atraviesa España ha hecho que el bipartidismo pierda comba, el pueblo se está dando cuenta que PP y PSOE se
han alternado en el poder sin conseguir soluciones eficaces a los problemas que
nos afectan. Desgraciadamente la alternativa que se vislumbra a ese
bipartidismo es bajo mi punto de vista peor que lo que ya tenemos: Izquierda Unida, un partido que 25
años después de la caída del muro sigue enarbolando banderas de Cuba; y
Podemos, un engendro populista al más puro estilo Hugo Chávez que debería hacer saltar todas las alarmas a las personas que tienen como costumbre pensar. Salimos de
Málaga y nos dirigimos prestos para entrar en Malagón. La izquierda radical globalizada se está abriendo paso
provocando la consecuente reacción de la extrema derecha, no hay más que ver
los resultados obtenidos en las europeas por partidos como el Frente Nacional Francés
de ultraderecha de Marine Le Pen o partidos pronazis como el griego Amanecer Dorado
que dan auténtico terror.
A todo esto, en España flota en el ambiente una errónea asociación de
ideas entre izquierda y república. La república es un modo de gobierno, no una
ideología. La república puede ser gobernada indistintamente por la izquierda,
el centro o la derecha según decidan las urnas. Sin ir más lejos, la muy
nombrada e idealizada II República Española fue gobernada durante años por
Niceto Alcalá-Zamora, líder de un partido de derechas. Que en las elecciones
generales de 2011 casi 11 millones de españoles decidieran que Mariano Rajoy
debía ser el presidente del gobierno de España es absolutamente independiente
de si el jefe del estado era un rey o un presidente de la república. Guste o
no, es lo que ha decidido la mayoría del país y hay que acatar las normas y ser
armonioso y democrático.
El idiotismo como forma política de la idiotez campa hoy día a sus anchas por nuestro pobre país. No hizo suficiente daño la Guerra Civil Española como para que 75 años después las ideologías protagonistas sigan tirándose los trastos a la cabeza en lugar de meditar sobre la presunta bondad de esa actitud estúpida. Los líderes de la populista izquierda idiotizada de
España pretenden sembrar la semilla del odio en la gente más golpeada por la
crisis: los que sufren, los que están en paro, los que pierden sus casas, etc. creando
un anticristo: “la derecha que les oprime” a la que se le debe añadir los adjetivos de “fachas”,
“nazis”, etc. En reacción, la enranciada derecha idiotizada de España se
defiende recuperando adjetivos como “rojos” o añadiendo otros nuevos como “perroflautas”.
El resumen de la situación política para
el engrosado subconjunto de españoles mononeuronales es que los fachas gobiernan y los
rojos montan el pollo. No señor, no. No seamos tan simplistas, España es una
democracia muy joven, no hagamos el imbécil cuando aún no han pasado ni 40
años. Seamos respetuosos, conservemos el orden, las formas, el diálogo y la
armonía. Respetemos las leyes y respetémonos a nosotros mismos. Nos irá mejor.
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