viernes, 14 de septiembre de 2012

Fuego sin esperanza



Eran las 3 de la madrugada del recién inaugurado 12 de agosto de 2012 cuando unos extraños ruidos parecían provenir de las azoteas de la comunidad. La configuración cerrada de ésta entorno a un patio interior hacía que sonaran amplificados como si de una caja de resonancia se tratara. Sillas y sombrillas que caen a la calle, grifos que se abren y no se cierran, varios huevos de gallina estrellados en el suelo con gran violencia.

A los pocos minutos los vecinos de edificios colindantes bajan a la calle en pijama gritando "¡Fuego!, ¡Fuego!". En el garage se había declarado un extraño incendio, 3 coches y 4 motos, cada uno de ellos en un extremo, ardían. Policía y bomberos hicieron su trabajo no pudiendo evitar la catástrofe. Primeras conclusiones: Cuatro focos distintos el incendio es claramente provocado.

Aquella noche sólo 2 de los 15 vecinos dormían en su casa, el resto estaban de vacaciones. Ella, al oír las voces abrió la puerta de su casa para ver que ocurría y se encontró con unas llamaradas inmensas. Entró en estado de shock de modo que los bomberos tuvieron que sacarla en camilla. Él había llegado en bicicleta a las 1:30 de la madrugada. A las 3:30 abrió la puerta de su casa, miró las llamas impertérrito y tras lanzar una casi imperceptible sonrisa cogió su bicicleta y se marchó de nuevo como si con él no fuera la cosa.

Los días a continuación fueron de un incesante ir y venir de policía científica, bomberos, peritos y aseguradoras, fontaneros, electricistas y un largo etcétera de actores que intentan acelerar la recuperación del maltrecho edificio. Ni agua, ni saneamientos, ni electricidad, ni telecomunicaciones... Nada. En 3 semanas el edificio recuperó su habitabilidad y todos sus servicios, manteniendo aún las cicatrices del fuego en su piel. Llegó el día en el que se restableció el suministro en el último de los pisos. Le sucedió una nueva noche extraña.
A las 2 de la madrugada, casi como una profecía, nuevos ruidos quiebran el silencio del patio. Cristales que se rompen, ventanas que se abren y se cierran. En la comunidad de nuevo sólo hay 2 personas, una chica distinta a la del primer incendio y él. La extraña sucesión de ruidos la alarmó de inmediato. Se asomó al balcón y vio como salían del piso de él botellas y jarras de cristal volando que acababan estrellándose en el suelo. Inmediatamente llamó a la policía que, dados los antecedentes, se apresuró y estuvo escrutando la comunidad palmo a palmo linterna en mano. Él se asomó a la ventana quejándose de los ruidos a esas horas de la madrugada reclamando su derecho a dormir porque a las 5 de la mañana se tenía que levantar. La confusión y la ausencia de rastros hacen volver a la policía a la comisaría. Falsa alarma.

No habían pasado 20 minutos desde que los policías decidieron irse cuando de nuevo empieza la retahíla de objetos lanzados. Nueva llamada y en este caso la policía se centra en su casa. Llaman, llaman, llaman, golpes en la puerta, voces pero nada. No abre. Sin potestad para derribar la puerta de donde permanece atrincherado, se vuelven a la comisaría y envían a varios policías de paisano quienes patrullarían durante toda la noche por la calle sin éxito.

A la mañana siguiente, la luz del día descubre papeles amontonados y quemados en cuadros eléctricos y contadores. Sin duda ha sido un nuevo intento de incendio. Nuevamente policía científica y delegados de seguridad del ayuntamiento se presentan para tomar muestras y mostrar su preocupación ante lo que parece una declarada inquina y odio hacia una comunidad que alguien ha decidido que debe arder.

Ir y venir de especialistas y técnicos, teorías que retumban en el patio de la comunidad sobre la autoría de ambos sucesos. Pasado el mediodía la policía acaba su trabajo y con ellos todos los demás desalojan la comunidad menos el administrador, que queda envuelto en el habitual silencio sepulcral del patio. Una llave gira y él sale de su casa. El administrador perplejo pregunta ¿no te has enterado que te han estado llamando la policía toda la noche y parte de la mañana?¿No tenías que despertar a las 5 para trabajar?. Él se encoje de hombros y con una expresión extrañada dice "me he tomado un Myolastán y no me he enterado de nada", da media vuelta, coge su bici y luciendo de nuevo esa extraña sonrisa se va.

Su piso es el más pequeño y está de alquiler. Es el único que no se ha visto afectado en el incendio. Tampoco tiene más vehiculo que la bicicleta, por lo que tampoco sus pertenencias han sido afectadas lo más mínimo. No ha perdido nada.

La vela que mantiene encendida día y noche en su ventana sigue alumbrando su oscuridad.

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