Publicado en el blog https://dekrakensysirenas.wordpress.com el día de San José de Cupertino de 2015
El corazón va por delante y la cabeza va por detrás, o lo que es lo
mismo, lo que tu corazón siente hoy tu cabeza lo entenderá mañana. El
corazón vive al día y la cabeza lo hace bajo los efectos de una célula
de retardo de veinticuatro horas, un desfase cardiocefálico que la
transforma durante un día en una mala cabeza, una cabeza con deseos de
sincronía, con los riesgos que eso conlleva: dejarte las llaves puestas
en la puerta de casa, dejar la olla exprés en el fuego y que estalle
destrozándote la cocina, que parte de ti inunde una garganta sin avisar o
que pises una margarita sin darte cuenta de que tiene un número par de
hojas. Durante veinticuatro horas estamos a merced de ese desequilibrio; el
corazón ya puede estar latiendo desbocado que igual la cabeza está un
poco así, a su rollo, tratando de hallar la sincronía desencriptando lo
que está ocurriendo desde el punto de vista de la quietud, la frialdad y
la equidistancia.
Confucio se puso muy pesado con la necesidad de tener el corazón
caliente y las manos largas siempre y cuando la cabeza permaneciera
fría. Nada de retardos de veinticuatro horas, y nada de manos cortas. Si
subimos nuestro corazón a la cuadriga de Mesala, uno de los pocos
ejemplos de caballo del malo que es rapidísimo, conseguirá ponerse en
paralelo a la de Ben-Hur, quien va en cabeza, y le destrozará las ruedas
con las cuchillas que salen de sus ejes. Un corazón palpitante y
desbocado que se encara a tu cerebro te lo va a joder, no tengas la
menor duda, por lo que a priori parece sensato que dejes que tu cabeza
viva con serena complacencia su asincronía cardial.
Una buena cabeza va a querer asomarse y mirar al cielo, una mala
cabeza va a querer meterlo dentro de ella. Y es que es muy tentador
tener un cielo en la cabeza. Uno o varios, porque Dante nos habló de la
existencia de muchos cielos, y él tenía metida en su cabeza a Beatrice,
su cielo, el origen de su mala cabeza y de su poético pene erecto.
Virgilio ya se dio cuenta de eso, la tienda de campaña en la túnica de
Dante mientras dormía no dejaba lugar a dudas. Y qué tienda de campaña,
señor. Incluso Virgilio se puso un poco tonto y dudó si tornar su buena
cabeza en una mala cabeza.
Nuestra cabeza es redonda para permitir al pensamiento que cambie de
dirección cuando le apetezca, pensamientos omnidireccionales, y sin
embargo vivimos rodeados de malas cabezas que deciden ser
unidireccionales, que no se animan a dejar la senda a la que fueron
fijados desde pequeños. Estamos rodeados de personas de una sola
dirección, que no se abandonan, que guardan fidelidad justo a lo que no
hay que guardarla. Es la gente gris, la de las manos cortas, el corazón
frío y la cabeza parlanchina; no tienen una cabeza mala sino una pobre y
triste cabeza.
A pesar de que la cabeza es esférica no es ella quien lleva la corona
del deseo, la lleva el corazón que es el que habla, bla bla bla bla
bla, todo movidas coronarias sin cesar. Los corazones charlatanes hay
que dejarlos hablar todo lo que quieran, pero eso sí, siendo siempre
conscientes de que es a la cabeza a quien realmente tenemos que
escuchar. El problema se nos plantea cuando escuchamos con atención a la
mala cabeza, a la del retardo de las veinticuatro horas, a la de las
manos largas, a la de la tienda de campaña dantesca y la que lidia con
el corazón coronado y parlanchín. Un problema planteado en una mala
cabeza con un cielo ingrávido en su interior la convierte en un globo de
helio que pretende elevarte hacia el más alto de los placeres
olímpicos.
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