Publicado en www.curiemag.com el día 11 de enero del año de Nuestro Sennor Iesuchristo de 2016
El antiguo libro del Génesis postula que la mujer fue creada a
partir de la costilla de un hombre como primigenio símbolo de
subordinación a él. Otras leyendas mesopotámicas nos hablan de Lilith,
la primera esposa de Adán, que abandonó el paraíso para abanderar el
nutrido cuerpo de demonios de la noche. Mujer sumisa o mujer demoniaca,
son los dos nichos que las leyendas otorgan al origen en el tiempo de la
mujer, olvidando el principal de todos ellos: la mujer es en sí misma
el origen del tiempo, la madre de todos nosotros.
Dios, la naturaleza, el cosmos, quien sabe quien o qué las puso ahí,
pero ellas son el medio elegido por la eternidad para perpetuarnos.
Basta con una pequeña gran explosión de deseo en su interior para
conseguir que en ellas crezca la extensión de nosotros mismos. Ellas y
sólo ellas tienen la posibilidad de asir la cuerda del tiempo pasado y
tirar de ella para que continúe, esa cuerda que anteriormente sujetaron
nuestras madres, abuelas, bisabuelas y todos los precedentes antepasados
femeninos.
Como matriuskas del tiempo, las mujeres se alinean una tras de otra
en el momento del parto. Cada mujer a la hora de parir, cuando esa nueva
criatura ve por vez primera la luz, siente tras de sí a su madre
abrazándola y susurrando palabras de aliento al oído, con las
conciencias en sintonía, unidas madre e hija en el momento cumbre del
cambio de titulación, en ese momento en el que hija y madre pasan a
convertirse en madre y abuela, como manecillas del reloj que al ponerse
en vertical mueven el engranaje que gira la cifra del calendario hacia
el día siguiente. Pero detrás de una siempre hay otra, y otra, y otra.
Como una sala llena de espejos enfrentados, la mujer en el momento del
parto tiene la capacidad de sentir a todas sus antepasadas femeninas una
detrás de la otra en perfecta sincronía. La abuela abraza a la nueva
madre, y la madre de aquella, la nueva bisabuela, la abraza con ese amor
que sólo una madre entiende.Y detrás de la bisabuela la tatarabuela, y
detrás de ella todas las tatara-tatara-tatarabuelas, cada cual vestida
con su atuendo de época, la tatarabuela con una elegante falda negra
decimonónica y su madre, la tatara-tatarabuela, con unas enaguas que
enaltecen el volumen de sus caderas. Mucho más atrás, en los reflejos
pasados más lejanos que apenas si se aprecian por su pequeñez advertimos
a una elegante dama cuyo corsé no la deja casi respirar. Aún más atrás
la madre ve a una enfermera con un extraño tocado que bien parece el de
una monja de las que aparecen en los momentos álgidos de una película de
terror. Mucho mucho más atrás hay mujeres con stolas romanas, quitones
griegos, con pieles, desnudas, hasta que la vista se pierde en
antepasadas muy monas.
La mujer es el medio elegido para que los que nacemos recibamos la
bienvenida al mundo en medio de un enjambre de sonrisas de todas las
féminas que forjaron el firmamento de nuestro pasado genealógico.Siendo
como somos la consecuencia de la descarga del placer, del esfuerzo, del
sufrimiento, del dolor y de la sonrisa de las mujeres en el tiempo, no
nos queda más remedio que revisar con nuevos ojos aquellas leyendas que
hunden a la mujer en el abismo de la sumisión o la maldad. Seamos
consecuentes y lancemos una sonrisa a aquella Eva y aquella Lilith, la
mujer es mucho más que aquellas dos, es la representante del tiempo
entre nosotros.