Publicado en la revista www.nomasiva.com el 13 de noviembre de 2015
Un café con leche consta esencialmente de dos componentes: café y
leche. Existen muchos tipos de café con leche en función de la cantidad
presente de cada uno de esos dos elementos: si hay mucho más café que
leche es un “cortado” y a la inversa es un “manchado”. En cualquiera de
los casos, sea cual sea la modalidad de café con leche, una de sus
principales características es que una vez unidos café y leche volver a
separarlos se antoja algo complicado, es algo casi imposible. Y si por
algún extraño proceso físico-químico conseguimos desasociar las
moléculas de café de las de la leche, seguro que cada uno por separado
nunca serían como lo fueron antes de la mezcla.
España amaneció en 2015 servida como un “cortado”, Cataluña es la
leche y el resto somos el café. Un cortado en el que café y leche se
unieron a finales del s.XV y al que un francés echó azúcar y removió a
principios del s.XVIII. Observamos atentamente a través de una taza
transparente ese cortado y vemos que tanto en el fondo, como en la
superficie, como en la parte media, como en las zonas próximas a las
paredes de la taza la mezcla es consistente, homogénea. Con sus
peculiaridades, por supuesto, el café con leche del fondo soporta la
presión de todo el líquido superior y en la superficie la temperatura
será menor al estar en contacto con el aire. Hablamos de diferencias
físicas, causales, circunstanciales que en absoluto distorsionan la
realidad de que café y leche están indisolublemente mezclados.
Cataluña es la consecuencia de 500 años de mezcla con el resto de
España, y el resto de España es la consecuencia de 500 años de mezcla
con Cataluña. Todo lo que es la Cataluña del s.XXI es consecuencia de la
mezcla con el resto de España, y todo lo que es la España del s.XXI es
la consecuencia de la mezcla con Cataluña. Cataluña ha bebido de España y
España ha bebido de Cataluña.
En esa tesitura nos encontramos a un grupo de personas que se
autodenominan lácteos, “Nosotros somos la leche” es su lema. Personas
que nacieron en el interior de un café con leche y que ahora vienen a
reclamar lo que dicen que es suyo, la leche, no quieren más café. Tengo
la impresión de que gente que ha nacido en el interior de un café con
leche no son capaces de concebir qué es la leche de forma aislada,
porque nunca la han visto, quizás han imaginado cómo sería, porque esa
leche nunca ha existido, hace 500 años existía el Reino de la Leche, una
leche que está ya más que caducada, salvo que pretendan restaurar usos
lácteos medievales. Pero aun así respetemos a esas personas que se creen
la leche y escuchemos lo que nos quieren decir.
El colectivo de personas que se creen la leche quieren independizar
la fracción de café con leche que linda con el aire, la superficie, lo
templaíto, lo que es agradable a los labios y no quema. Para hacer más
amable ese deseo de separarse del resto del café con leche que está más
al fondo de la taza (más caliente, quizás con posos o desagradables
trocitos de azúcar que no se han disuelto) lo plantean desde un punto de
vista “democrático”. Es decir, quieren preguntar a todas las moléculas
que disfrutan de la amable situación en la superficie si desean
separarse del resto del café, especialmente del café con leche del
fondo, el que está notablemente más dulce o más amargo. Y ahí está la
falacia, porque bajo la excusa de que quieren algo tan inaudito como
separar la leche del café, lo que quieren es quedarse con ese sorbito
inicial de café con leche, el de la supeficie, el que mola, el que tiene
la temperatura exacta.
Separar la leche del café es imposible, y no tiene nada de malo la
búsqueda de cosas imposibles, pero lo que no es concebible es intentar
tapar con un manto de democracia una mentira, que es preguntar solamente
al café con leche que hay en la superficie si quiere disociarse del
resto. Aun así, pongámonos en línea con los deseos independentistas de
esos que se creen la leche y que dicen sentirse oprimidos por Juan
Valdés. Intentemos complacerles y sigamos escuchándoles.
Supongamos que todos estamos equivocados y que esas personas que
hablan en nombre de la leche descubren un modo de separarla del café, un
proceso físico-químico desconocido hasta ahora que sólo ellos conocen.
Si del café con leche de la superficie se independizara la leche,
automáticamente la concentración de café se elevaría en el resto. Es un
cambio drástico que afectaría a toda la taza, pues si vamos a un bar y
pedimos un café con leche mitad y mitad y nos ponen un cortado
probablemente nos quejemos. No es lo mismo, al consumidor de la taza le
vamos a quitar más sueño del que ha decidido. La decisión del cambio de
concentración de café en toda la taza no es lógico ni justo que la
decida solamente la porción de café con leche que hay en la superficie,
lo debe decidir toda la taza.
La democracia consiste en que todos los actores tengan capacidad de
decisión sobre los temas que le afectan. La pseudodemocracia consiste en
que unos pocos pretendan tener capacidad de decisión sobre temas que
afectan a personas a las que les niegan eso mismo, su derecho a decidir.
El cinismo pseudodemocrático consiste no solo en que unos pocos quieran
decidir sobre una mayoría pasiva, sino que además lo camuflen con una
bandera de falacia democrática. Es muy característico de personas que se
creen la leche apropiarse del derecho a decidir sobre los demás sin su
voz ni su voto, tratando además de convencernos de que eso es la
verdadera democracia. Y eso no es democracia, eso es irracionalidad,
tiranía y prepotencia.
Preguntemos a todas y cada una de las moléculas de la taza sobre lo
que les gustaría que ocurriera con su futuro, si se calientan, se
enfrían, se disocian, aumentan su concentración, la disminuyen o si se
quedan como están. Por preguntar que no quede, al final la taza entera
se la va a beber el mismo, el poderoso Sr. Don Dinero tumbado
plácidamente en esa butaca llamada Europa.