Una
mala persona tiene la oportunidad de ser mejor persona que una buena
persona, y eso la convierte en mejor persona que la buena persona, en potencia. Una persona que ya es buena de facto tiene
poco margen de mejora, sin embargo un ser malo tiene mucho que mejorar.
Hablando en términos relativos, una mala persona tiene mayor volumen de bondad
en potencia que la que contiene una buena persona de facto. Hablamos de
diferenciales, no de valores absolutos, la diferencia la aportan los
diferenciales, y por eso somos diferentes.
Eso sí, la diferencia entre los diferenciados buenos y malos nunca es en
diferido, se vive en tiempo real.
Pongamos un ejemplo. Las buenas personas
viven en recipientes de hormigón llamados “casas”, salen de ellas en recipientes
llamados “coches” y van a otros
recipientes donde trabajan. A la vuelta pasan por recipientes llamados “supermercados”
donde compran cosas pequeñas envasadas en recipientes, y entran en casa todos
los recipientes, mayores, medianos y pequeños como si de una matriuska se
tratase. Esas personas tienen hijos que meten en recipientes llamados “cunas”,
luego en otros llamados “colegios”, más adelante en otros llamados “universidad”
y de ahí, como por arte de magia, retornan a la situación de sus padres, es
decir, se meten en recipientes de hormigón llamados casas y salen en recipientes
con ruedas llamados coches con dirección a recipientes laborales. Los
padres acaban en recipientes llamados ataúdes y se introducen en recipientes
llamados nichos o tumbas, y los hijos lloran y se van a sus recipientes a penar, donde
a partir del día siguiente volverán a la rutina de su vida en recipientes.
Las vidas de las buenas personas con
educación y dinero se basan en un módulo primario llamado “recipiente”, eres
mejor persona cuanto más y mejores son tus recipientes, es lo que te
distingue de los demás. “Los licores que
guardo en mis recipientes de cristal son extraordinarios, acordes con ellos” dice una mujer a otra
mientras juega al pádel en un recipiente de metacrilato. “Mi recipiente con
ruedas es capaz de caminar por todos los terrenos, aunque siempre vaya por
carretera” dice la otra. “Mis niños viven en un recipiente corporal sano,
atlético y su cerebro marcha superbién” o “a mis niños les compraré un
recipiente muy exclusivo” dice la otra. La comparativa de recipientes fiscaliza
la vida de las buenas y bellas personas, peinadas de peluquería, calzadas con
marcas de renombre y oliendo como los mismísimos ángeles.
Las malas personas tienen un margen de
maniobra tremendo porque o bien no disponen de los recipientes adecuados o
directamente carecen de ellos.
Introducir el pie en un recipiente de suela de goma similar al que
llevan otros muchos seres humanos es algo vulgar. Pies solamente tenemos dos, nuestra
dedicación hacia ellos se divide a un 50%, mitad para el pie izquierdo, mitad
para el pie derecho. El cerebro (eso que está en el recipiente
llamado “cráneo”) dedica un hemisferio para cada pie, o bien ambos trabajan
conjuntamente allá donde pongamos nuestra atención, que es única. La atención
prestada por las malas personas difiere alarmantemente de la de las buenas
personas, ¿cómo voy a meter yo mi pie en ese recipiente? dice la chica con
diamantes en las bragas, tengo que estar más atenta y dedicar mi alma a la
introducción de todas y cada una de mis cosas en recipientes idóneos. De hecho su cuerpo
es un recipiente, para su marido y para sus amantes, para sus hijos lo fue, ella es una buena persona
y se dedica plenamente a ser un buen recipiente para todos ellos, un recipiente
múltiple y multitudinario. Ella es feliz así, alejándose de las malas personas
que no dedican ni un solo minuto a tener cada día unas ingles brasileñas perfectas,
por ejemplo. La keratina es el dedo alzado de Dios que divide a los buenos de
los malos recipientes, los que se dedican y los que no se dedican, los que
viven enterrados en una soberana montaña de dinero y los que proceden de orígenes
humildes, salidos éstos de pobres recipientes maternos, de madres mediocres y
doloridas, sin epidural, con grietas en sus senos y lágrimas verdes en sus ojos.
Magno recipiente es la iglesia, donde se
dividen canónicamente los buenos (filas delanteras) y los malos (filas traseras). “Levantemos
el corazón”, “Lo tenemos levantado ante el tieso dedo de Dios”. La keratina y
los perfúmenes caros abrazan la hostia consagrada mientras que las lágrimas evaporadas de los más asequibles instauran una verde niebla que se
arrastra por los marmóreos suelos del fabuloso templo reflejándose
en los artesonados como cáscaras de huevo iluminadas por relámpagos. La verde niebla tiene mayor densidad que el aire, el perfume menor densidad, ambos
caminan conjunta y estratigráficamente hacia el sagrario, ese recipiente donde viven
las hostias consagradas, el cuerpo de Cristo. Al sacerdote en su ornado recipiente textil le pillan
siempre, curiosamente, más a mano los perfúmenes que la verde niebla, para la
cual tiene que agacharse y la espalda le va a matar. Dios es el padre de los
perfúmenes… y bueno, vale, también de los seres de niebla verde, pero sus
recipientes no son tan bonitos como los de la cristalina fragancia de las buenas
personas. Todos forman La Comunidad Vertical, donde siempre los del bajo
aguantarán humedades y siempre los de arriba tendrán mejores vistas, pagando
todos la misma cuota. Es injusto. La vida es injusta. La muerte por keratina
también lo es, el dedo de Dios es implacable y la vecina del
sexto ya sabe que lo nuestro es imposible, ella irá al fragante recipiente del Cielo y
yo me aburriré jugando al dominó con demonios inodoros quién sabe si en el infierno o en el purgatorio. Nuestro
amor es imposible. O eso o se muda al bajo, porque yo paso de usar el ascensor, me da claustrofobia, y mis zapatillas son de vulgar suela de goma, recipientes
primarios, me van a reconocer los del sexto y me van a lanzar por la borda. Y yo
no soy Jonás, no hay ballena, sólo hay grupos de canis sentados observando y
comentando obras de Mondrian. Y yo no entiendo nada de eso.