jueves, 25 de septiembre de 2014

Little boxes



Una  mala persona tiene la oportunidad de ser mejor persona que una buena persona, y eso la convierte en mejor persona que la buena persona, en potencia.  Una persona que ya es buena de facto tiene poco margen de mejora, sin embargo un ser malo tiene mucho que mejorar. Hablando en términos relativos, una mala persona tiene mayor volumen de bondad en potencia que la que contiene una buena persona de facto. Hablamos de diferenciales, no de valores absolutos, la diferencia la aportan los diferenciales, y por eso somos diferentes.  Eso sí, la diferencia entre los diferenciados buenos y malos nunca es en diferido, se vive en tiempo real.

Pongamos un ejemplo. Las buenas personas viven en recipientes de hormigón llamados “casas”, salen de ellas en recipientes llamados “coches”  y van a otros recipientes donde trabajan. A la vuelta pasan por recipientes llamados “supermercados” donde compran cosas pequeñas envasadas en recipientes, y entran en casa todos los recipientes, mayores, medianos y pequeños como si de una matriuska se tratase. Esas personas tienen hijos que meten en recipientes llamados “cunas”, luego en otros llamados “colegios”, más adelante en otros llamados “universidad” y de ahí, como por arte de magia, retornan a la situación de sus padres, es decir, se meten en recipientes de hormigón llamados casas y salen en recipientes con ruedas llamados coches con dirección a recipientes laborales. Los padres acaban en recipientes llamados ataúdes y se introducen en recipientes llamados nichos o tumbas, y los hijos lloran y se van a sus recipientes a penar, donde a partir del día siguiente volverán a la rutina de su vida en recipientes. 

Las vidas de las buenas personas con educación y dinero se basan en un módulo primario llamado “recipiente”, eres mejor persona cuanto más y mejores son tus recipientes, es lo que te distingue de los demás.  “Los licores que guardo en mis recipientes de cristal son extraordinarios, acordes con ellos” dice una mujer a otra mientras juega al pádel en un recipiente de metacrilato. “Mi recipiente con ruedas es capaz de caminar por todos los terrenos, aunque siempre vaya por carretera” dice la otra. “Mis niños viven en un recipiente corporal sano, atlético y su cerebro marcha superbién” o “a mis niños les compraré un recipiente muy exclusivo” dice la otra. La comparativa de recipientes fiscaliza la vida de las buenas y bellas personas, peinadas de peluquería, calzadas con marcas de renombre y oliendo como los mismísimos ángeles. 

Las malas personas tienen un margen de maniobra tremendo porque o bien no disponen de los recipientes adecuados o directamente carecen de ellos.  Introducir el pie en un recipiente de suela de goma similar al que llevan otros muchos seres humanos es algo vulgar.  Pies solamente tenemos dos, nuestra dedicación hacia ellos se divide a un 50%, mitad para el pie izquierdo, mitad para el pie derecho. El cerebro (eso que está en el recipiente llamado “cráneo”) dedica un hemisferio para cada pie, o bien ambos trabajan conjuntamente allá donde pongamos nuestra atención, que es única. La atención prestada por las malas personas difiere alarmantemente de la de las buenas personas, ¿cómo voy a meter yo mi pie en ese recipiente? dice la chica con diamantes en las bragas, tengo que estar más atenta y dedicar mi alma a la introducción de todas y cada una de mis cosas en recipientes idóneos. De hecho su cuerpo es un recipiente, para su marido y para sus amantes, para sus hijos lo fue, ella es una buena persona y se dedica plenamente a ser un buen recipiente para todos ellos, un recipiente múltiple y multitudinario. Ella es feliz así, alejándose de las malas personas que no dedican ni un solo minuto a tener cada día unas ingles brasileñas perfectas, por ejemplo. La keratina es el dedo alzado de Dios que divide a los buenos de los malos recipientes, los que se dedican y los que no se dedican, los que viven enterrados en una soberana montaña de dinero y los que proceden de orígenes humildes, salidos éstos de pobres recipientes maternos, de madres mediocres y doloridas, sin epidural, con grietas en sus senos y lágrimas verdes en sus ojos. 

Magno recipiente es la iglesia, donde se dividen canónicamente los buenos (filas delanteras) y los malos (filas traseras). “Levantemos el corazón”, “Lo tenemos levantado ante el tieso dedo de Dios”. La keratina y los perfúmenes caros abrazan la hostia consagrada mientras que las lágrimas evaporadas de los más asequibles instauran una verde niebla que se arrastra por los marmóreos suelos del fabuloso templo reflejándose en los artesonados como cáscaras de huevo iluminadas por relámpagos. La verde niebla tiene mayor densidad que el aire, el perfume menor densidad, ambos caminan conjunta y estratigráficamente hacia el sagrario, ese recipiente donde viven las hostias consagradas, el cuerpo de Cristo. Al sacerdote en su ornado recipiente textil le pillan siempre, curiosamente, más a mano los perfúmenes que la verde niebla, para la cual tiene que agacharse y la espalda le va a matar. Dios es el padre de los perfúmenes… y bueno, vale, también de los seres de niebla verde, pero sus recipientes no son tan bonitos como los de la cristalina fragancia de las buenas personas. Todos forman La Comunidad Vertical, donde siempre los del bajo aguantarán humedades y siempre los de arriba tendrán mejores vistas, pagando todos la misma cuota. Es injusto. La vida es injusta. La muerte por keratina también lo es, el dedo de Dios es implacable y la vecina del sexto ya sabe que lo nuestro es imposible, ella irá al fragante recipiente del Cielo y yo me aburriré jugando al dominó con demonios inodoros quién sabe si en el infierno o en el purgatorio. Nuestro amor es imposible. O eso o se muda al bajo, porque yo paso de usar el ascensor, me da claustrofobia, y mis zapatillas son de vulgar suela de goma, recipientes primarios, me van a reconocer los del sexto y me van a lanzar por la borda. Y yo no soy Jonás, no hay ballena, sólo hay grupos de canis sentados observando y comentando obras de Mondrian. Y yo no entiendo nada de eso.